martes, octubre 31, 2006

Vestido de Diablo

Escogí para la ocasión un disfraz de diablito. En la tienda donde lo compré tenían de todo: lonjes moco, calacas, chupacabras. A mi me gustó ese traje rojo con colita. Me lo probé y me quedó perfecto. Además me vendieron pinturitas, una de color rojo y otra de color negro.
Por primera vez en muchísimos años me iba a poner un disfraz. Mis amigos y yo estábamos francamente entusiasmados con la idea. Era divertido pues. En ese entonces nadie se puso a reflexionar si era una costumbre gringa, o si estábamos contribuyendo al consumismo absurdo de temporada. No. La idea era ponerse algo para cotorrear en la reunión.
Era la primera fiesta de disfraces a la que acepté ir, principalmente porque era un asunto de puros cuates. El día de la cita me enfundé en mi traje y esperé a que llegara la que en ese entonces era mi novia. Ella llegó a mi casa vestida de Maléfica. Me ayudó a pintarme la cara de rojo, delineó mis bigotes y me puso cejas disque de malvado. Cuando me puse la capucha, surgió el primer problema: los cuernitos se hacían para abajo, como orejas de perro mojado. Por más que luché porque se mantuvieran firmes y erectos, éstos volvían a su posición de gusano escurrido. Además, se bamboleaban de un lado a otro mientras caminaba.
Aparte de mi novia y yo, salimos rumbo a la fiesta mi hermana y mis dos cuñadas. Llegamos a Zinacantepec, a la casa de mi amigo Robe. Nuestro anfitrión salió a recibirnos vestido de Freddy Krueger. Mi atuendo de diablo causó exactamente el efecto contrario al que yo esperaba: todos se rieron. No sé si porque me veía chonchito, o porque la capucha me apretaba el rostro y me resaltaba los cachetes, o por que al bailar cumbia con Maléfica los cuernitos hacían lo propio de manera anárquica y desenfadada. No supe exactamente, pero se rieron.
Todos adivinamos nuestros disfraces: el Roger iba de calaca, aunque el maquillaje de la cara parecía más bien el de un oso panda. Mi hermana era el espantapájaros, el Sach venía de drácula. Servando iba… en realidad no supimos. Traía puesto un traje gris y corbata negra. Se pintó una especie de antifaz en la cara, y se peinó de raya en medio. Le preguntamos que de qué iba su disfraz y como respuesta obtuvimos un “Pues a ver, adivinen”. Tras varios intentos fallidos, alguien finalmente exclamó: “¡Ya sé, ese güey viene disfrazado de gutierritos!”. Estalló la risa y el aplauso, descubrimos el disfraz. Por más que Servando insistió en que su disfraz era el de “un muerto”, no le hicimos caso. Desde entonces todo el mundo lo saluda por la calle llamándole “Qué onda Gutierritos, ¿Cómo estas?”
Sin embargo, la mejor parte de la historia estaba aun por llegar. Maléfica tenía su propia fiesta de disfraces con su grupo de amigos. Nos despedimos de donde estábamos y nos dirigimos la espantapájaros, las brujas de mis cuñadas (así iban disfrazadas), Maléfica y yo hacia la otra reunión.
En paseo Tollocan nos tocó el semáforo en rojo. Como suelo hacer en esos casos, me frené. A la espera de la luz verde estábamos todos, comentando los disfraces de mis amigos, riéndonos del recién descubierto gutierritos. A todos nos agarró desprevenidos un rechinón de llantas seguido de un buen golpe propinado a la defensa trasera de mi coche. No fue muy duro el impacto, pero eso no dejó de zarandearnos un poco. Me enfadé y exclamé, “¿¡Pero qué no ve este güey que estamos en alto!?”
Me deshice del cinturón de seguridad y bajé del auto vuelto una furia. Cerré la puerta y me acerqué al auto de atrás para encarar a su conductor. Este tenía cara de sorprendido, con las manos bien aferradas al volante. Pero al acercarme algo sucedió, sentí un tirón por detrás que me impedía avanzar. Me volví para ver qué es lo que pasaba y descubrí que la cola de mi traje de diablito se había quedado atorada en la puerta. Con el enojo olvidé que aun traía puesto el disfraz. Abrí la puerta de mi carro para liberar la cola, y al hacer eso, las carcajadas de Maléfica, las brujas y el espantapájaros inundaron la calle. Eso logró que el coraje se me quitara, pero pues no podía ir a encarar al otro automovilista así, todo tranquilito. Así que fingí cara de re bien encabronado, agarré mi cola con una mano y con la otra cerré la puerta. Me volví a acercar al otro coche. Para este momento, el conductor ya se había bajado, y a juzgar por la cara que traía, noté que a todas luces estaba evitando soltar una carcajada.
Dentro de su coche divisé la silueta de dos niños chiquitos que me señalaban. El tipo me pidió disculpas. Le pregunté que si estaba bien, que si nadie en su coche se había lastimado. En ese momento ya no pudo más y se empezó a cagar de la risa. Me asomé a la defensa de mi auto y noté que no había pasado nada. Le dije que pues al parecer no había bronca. Noté que ni siquiera la capucha me había quitado. Agarré uno de mis cuernitos y me eché a reír. Todo era risas, el tipo y yo vestido de diablo en la calle, risas en mi carro, risas en el carro de él. Parecíamos todos unos idiotas.
Fue hace más de seis años, mi mejor día de jalogüin. Nunca me volví a vestir de diablo.

3 comentarios:

John Galt dijo...

Jajajajajaja fueron en verdad muy buenos momentos, espero luego contar sobre la diversa fiesta de jalogüin en que roger tuvo que salir de la casa donde estaba vestido precisamente de calaca-panda para decirme en que fraccionamiento era, ahi lo ven, creo que era en Leona Vicario a la vista de todos los automovilistas haciendome señas, jajajaja.

También agregaria mi estimado diablo que esa noche fue cuando Sach vestido de dracula dio un pequeño salto sobre uno de los sillones de la casa y que lo rompe!!!!! jajajaja estaba rete bien apenado, pero no dejo de recordar los buenos momentos que siempre he vivido al lado de las personas tan valiosas que la vida me ha dado, podemos estar lejos o cerca y a veces no vernos tan seguido, o de plano distanciarnos estupidamente pero mis recuerdos, mi vida esta marcada por todos ustedes y aunque a veces no se demuestra tan fehacientemente los extraño un friego y cuanto quisiera estar alrededor de una mesa, reunido con ustedes.

Anónimo dijo...

Jajajajajaja Moncho! nunca supe que eso te paso después!!! No sabes como me reí! Yo también recuerdo esa fiesta!!!! Era mi primera fiesta de disfraces y creo que mi primera fiesta de "niña grande". Mi realidad en aquellos tiempos era otra... Yo iba disfrazada de hippie (creo que lo parecía bastante) que iba acompañada de un indito... Kayo... Y si.. me acuerdo del diablito que andaba saltando por todos lados y que a Yeyo cinco días después le seguia saliendo pintura blanca de las orejas... jaja... Recuerdo la pena que sentí cuando rompimos el sillón... Que recuerdos!!

Definitivamente yo era una invitada que formaba parte de la periferia del grupo... novia del hermano del amigo del de la fiesta.. sin embargo, algo que la hizo tan memorable fue que la calidez excepcional de este grupo me hizo sentirme dentro, entrarle parejo al desmadre y sentirme una de ustedes.. Como ha sucedido cada vez que coincidimos..

Que diferencia de aquella reunión de "chavos grandes" a la que me tocó ir... como una que hubo hace algunos meses (también en casa de Robe) con todos tranquilitos en los sillones, platicando... que una ya se casó.. que uno estaba por irse a DF por la carrera... que uno ya es doctor, que empieza a pensar uno que hará de su vida.. etc. Las mismas personas en el mismo lugar, sin embargo con una realidad muy distinta.. y con un lazo fortalecido tanto por anécdotas de este tipo como por el paso del tiempo...

Definitivamente ese grupo de brujas, diablos, calacas y dráculas (ahora esposos, doctores, maestros, profesionistas o abogados) es para mí un grupo de personas para quienes la estima y cariño que tengo no tiene ninguna relación proporcional con el poco tiempo que hemos convivido...

Gracias Moncho por haber escrito esto..

Anónimo dijo...

no sabes como me he reido... nunca fui requerida a esa fiesta, pero despues de leerte me he divertido como sihubiera ido y por otro lado, me imagine perfecto tu cara al bajar del coche y al recoger tu digan cola... saludos!!! un abrazo!!!