martes, noviembre 20, 2007

Sheik

suelo húmedo

y tus pasos dejan huella sobre él

perlas blancas
brillo de cosmos
en el hallazgo de tu algo

puntos que en la piel
son coordenadas
caricias de broca
sabor del no te tengo

invento lo que no eres
decodifico hambre
lucho por rasgar el musgo
entre tus dientes y mi carne

Me pones nervioso

lunes, noviembre 12, 2007

Tiempo

Tiempo. De eso quiero hablar, de algo que no existe. No sé si en verdad no existe o prefiero así creerlo porque no lo entiendo. Quiero hablar del tiempo que no se mide en relojes de pulsera, que no tiene aviso en la conciencia de los despertadores, que se muda de piel conforme pasan las aristas de los días dislocando recuerdos de calor o de frío. Puedo tenerlo a la mano, si quiero, si abro bien los ojos, si no pretendo poseerlo. Puedo incluso extenderlo tanto como sea posible, hacer de una noche la equivalencia de un suplicio eterno. Eso si, no puedo perderlo. No se puede perder lo que nunca se ha encontrado, lo que no se tiene, lo que siempre perteneció a si mismo.

No es medicina, no cura nada, no repone las dolencias que un día fueron. Dicen que el tiempo es el mejor amigo del olvido. Pero a éste último no lo conozco, no recuerdo haber olvidado algo. El tiempo es existencia, una mortificación, un silencio incomprensible, estridente, que a veces se aleja de nuestros vicios para regalarnos calma.

El tiempo es el pretexto de las almas débiles, el aliado de los no cobardes, el espacio vital entre dos seres que se aman pero ya no pueden existir. Es la duda de los desesperados, la agonía en la desolación, el pegamento que aglutina nuestros sueños. El tiempo es aquello que basta para que se olviden nuestros nombres. Es el intervalo que dura un rostro en la conciencia. Es risa y parpadeo, canícula y hambre, despertar ansioso, convenio de oquedad entre el frío y el abandono. Es aquello que transcurre mientras uno aguarda.

El tiempo no se queda ni se va, simplemente está, en todas las horas, en todos los resquicios de cualquier ser. A veces uno siente que el tiempo se le acaba, pero eso no es posible; esa sensación de agotamiento es más bien la definición que provoca la angustia de caminar a ciegas en un pasillo donde no se sienten las paredes. Somos nosotros los que nos acabamos, los que transcurrimos, los que nos hemos vuelto medibles a través de manecillas, los que nos perdemos, los que nos quedamos sin palabras para definir al tiempo.

viernes, noviembre 09, 2007

Det är något som inte är som det ska härinne.

Os presento un texto que consiste en mi primer traducción homofónica. Se trata de un poema de Kristina Lugn, poeta sueca. El ejercicio consistió en traducir lo sonidos y he aquí el resultado. Este poema se leyó el 8 de noviembre de 2007, durante la conferencia de la poeta y traductora Jen Hoffer en el ITESM Campus Toluca, en el marco de "La Inquietante (e internacional) Semana de las Mujeres Traducidas".

Det är något som inte är som det ska härinne.
Det är något skräckslaget
som inte kan ta sig ut härifrån.
Det är någonting som har givit vika
under mina fötter.
Det är någonting som har rämnat
över mitt huvud.
Det är någonting som sitter vid min huvudgärd
och hyperventilerar.
Det är någonting härinne
som går mig på nerverna.
Jag tror att det har uppstått ett livshotande
förståndslidande här i huset.
Jag tror att det är smittsamt.
Jag tror att jag måste akta mig
så att jag inte blir farlig.
Det måste finnas en rätsida.
Det måste finnas en nödlösning.
Det måste finnas en jourhavande låssmed.
Det måste finnas en utrymningsplan.
Det måste finnas en katastrofberedskap.

Kristina Lugn


De eterna gozo, interna suma de ocarina
De eterna gota creo que es la gente
Somier te canta según el refrán
Del tango al tingo sombra reivindica
Un término fuerte
Del tango al tingo sobre las ramas
Oh, venid urucú
De eterno goteo son si termino hurgando
Hoy para verte llegar
De ternejo pingo de heroína
Soga mitad enerva
Ya otrora dejara usted el lid flotante
Fertilizante, herí y usé
Y al tronar de termitas
Atorada, más te ata a mi
Se ata, y te vi salir
De un mester fino y retorcido
De un mate final en lo odioso
De más te vi en hoja, banderas, miedo
De muerte, fin nace en otro, ningún plan
De marte finar catástrofe escapa

Ramón Santillana

Kristina Lugn - Foto: Magnus Hallgren

martes, noviembre 06, 2007

Palabras de despedida

el sol se ha ocultado

mi noche es absoluta

tu luz amanece en la aurora

de otro mundo en donde yo no existo


El enano platicón

Muy a menudo me topo en mi camino con un enano. Cuando conduzco por las Torres, casi llegando a Carranza, puedo divisar la silueta extraña de este individuo, sentado sobre un tabique que a su vez está sobre la banqueta. Tiene una cabeza gigante, el tórax cuadrado y unas piernitas. Es moreno, siempre trae puesta una gorra beisbolera, y por debajo de ésta se le asoman unos cabellos negros, cenizos y mugrientos.
Al principio solía acercarse al auto, extender la mano y esperar a que yo depositara sobre ella alguna moneda. A veces no le daba yo nada y se iba como si no pasara nada. Siempre está sonriendo. Su voz es similar a la de un gangoso, pero a este enano si que se le entiende bien.
En la misma esquina está su papá, un tipo flaco, sesentón, que vende trocitos de caña de azúcar con chile. El enano dice que gana más limosneando de lo que su jefe saca con sus cañas. No lo dudo.
Con él he tenido conversaciones que duran semanas enteras, y no porque sea muy intensa o interesante, sino porque sólo logramos articular frases que duran lo que tarda el semáforo en ponerse en verde. Llegué una vez al cruce, el enano se me acercó, me saludó con un gesto de la cabeza, moviéndola para atrás. Bajé el cristal y me preguntó: “¿Qué pasó con eso?” Se puso el verde y me tuve que arrancar.
A la siguiente vez que pasé por ahí: se me acerca, me saluda con la cabeza, bajo el cristal y ahora yo le digo: “¿Qué pasó con eso de qué?”, y se pone en verde y me tengo que arrancar porque el idiota de atrás ya está pegado al claxon.
Tiempo después sucede la misma escena, pero ahora él me responde: “Pues con eso que te pedí”. Dos días mas tarde le digo: “Pero si no me has pedido nada”. Al día siguiente, por la mañana, me dice: “¡Cómo no!, si eras tú”. “¿Yo qué güey?” Alcanzo a decirle.
Por la tarde, cuando paso de nuevo me dice “Pues eso que te encargué”, y mientras cambio de neutral a primera le respondo “¿Pero de qué me estás hablando carnal?”.
Al final de la semana me enteré de que se confundió, que no era yo, que era otro baboso con una jeta idéntica a la mía. Eso no impidió que a la siguiente vez, mi amigo el enano ya estuviera preparado. Cuando vio que mi auto se acercaba, conmigo adentro, de inmediato se levantó de su ladrillo, calculó el punto donde yo habría de frenarme y ahí se quedó paradito. Cuando llegué, bajé el cristal, lo saludé, y al mismo tiempo que él hacía la cabeza para atrás, como diciendo “Quiubo”, estiró la mano y me entregó algo. Se trataba del recorte de un teléfono celular, marca movistar, enmicado. “Eso es lo que quiero que me des”, dijo con una sonrisa que le proporciona su gigante boca. Miré el enmicado y no supe qué responder. Me tuve que arrancar.
A la siguiente vez que pasé le pregunté: “¿Y yo por qué te tengo que comprar uno de estos?”. El enano se llevó las manos a la gorra, sonrió chiveado, y me dijo “¿Pues por qué no?, y yo, “Pues qué te debo o qué”, y se puso el verde.
Luego vinieron los huracanes, y con ellos las lluvias y el mal tiempo. Supongo que el enano se sintió damnificado, puesto que su lugar de trabajo se vio afectado por las inclemencias climatológicas y no apareció en un par de semanas.
Cuando se fue la lluvia y volvió a aparecer el sol, así como los conejos salen de sus madrigueras, o los geranios retoñan, o las señoras popis se juntan a desayunar, apareció el enano en su esquina, sentado en el ladrillo. Cuando me acerqué en mi coche y lo vi desde lejos, pensé para mis adentros: “¡Ya valió madre, me va a preguntar que qué pasó con su movistar!”. Sin embargo, coincidió que el semáforo todo el tiempo estuvo en verde, así que no había necesidad de detenerme, y pues que me hago pero bien pendejo y que me paso sin siquiera saludarlo.
Al día siguiente me tocó en rojo, y el enano ahí estaba, al lado de mi carro, haciéndome “Quiubo” con la cabeza. Qué remedio. Bajé el vidrio, lo saludé, y me contestó: “Estás invitado el 4 de octubre”. Al día siguiente supe que ese día es su santo, y que habría fiesta en un pueblo llamado “Tixca”. Esa misma tarde me enteré de que Tixca queda por… ya se me olvidó.
Ahora, me urge encontrar cualquier pretexto para pasar por la esquina de las Torres y Carranza, para saber cómo llegar a Tixca, seguro habrá mole con pollo y arroz, y quizás tenga que aparecerme con un “brand new” movistar para el enano, para que a la próxima mejor me llame y en 5 minutos resolvamos lo que en casi un mes no conseguimos.