miércoles, mayo 30, 2007

CIUDADES HERMANAS

Ciudades Hermanas

Parte I: Welcome to Toluca!

Ciudades Hermanas es un programa de intercambio cultural que se establece entre dos ciudades de diferentes países. La ciudad de Toluca cuenta, entre otras, con una hermandad con la ciudad de Fort Worth, Texas. Cada año, un grupo de estudiantes de ambas ciudades se reúnen para conocerse, interactuar, y a grandes rasgos, mostrar lo que la cultura a la que cada uno pertenece puede ofrecer. Este año, Toluca fue la anfitriona. El relato a continuación es testimonio de aquéllos días.

Sábado. Día que marcó en el calendario la llegada de los gringos a la ciudad. 7 de la noche, estación “Caminante”. El grupo de norteamericanos llegó a Toluca procedentes del aeropuerto del DF. Unas catorce familias, entre ellas el narrador, esperaron en la estación la llegada de la delegación texana. Se produjo el encuentro. Unas catorce sonrisas salieron del autobús para encontrarse con sonrisas afuera del autobús. Nerviosismo. Saludos en inglés, Welcome to Toluca! Rostros de sorpresa. Los estudiantes se miraron tímidos. Todos querían decir algo pero de sus bocas salieron pocas palabras. Las familias, diligentes, se adueñaron del equipaje de sus ahora huéspedes. Fue el primer contacto de un encuentro entre dos culturas que a diario se rozan pero no se miran.

Cada quien se llevó a su gringo a cenar, para más tarde volver a reunirse todos en los cines. Ese fue el plan. Los 14 estudiantes anfitriones escogieron una película mexicana que mostrarle a sus invitados: “Niñas mal” (Por supuesto, en español). Entre invitados y anfitriones, más los padres de familia, amigos y profesores colados, una muchedumbre de entre 40 y 50 personas se apoderó de casi dos filas de una amplia sala. Se llenó rápido el recinto. Empezó la cinta, y con ella, las traducciones simultáneas. ‘Pendejo’ means ‘asshole’ escuchó el narrador detrás de él. Cuchicheo constante entre anfitriones e invitados. Se fue la luz. La rechifla y el griterio. La gente sacó sus celulares para jugar con la luz de las pantallitas. Le preguntaron al narrador: Is this normal? Y él contestó algo ambiguo, como diciendo Sí, pero no debería. Minutos después regresó la energía eléctrica, y con ella la actriz Martha Higareda en pantalla. El júbilo del espectador se manifestó con un aplauso. Como la luz es más rápida que el sonido, el audio no se hizo presente. Volvieron los silbidos. Estos mutaron en insultos. Luego vino lo más predecible de ésta crónica: la palabra ¡Cácaro! escupida con pasión, y a juicio del narrador, con cierto dejo de odio. El operador de la sala detuvo la cinta. Un señor de la parte de atrás se puso de pie, bajó por el pasillo hasta la mitad, y dirigió unas palabras a la concurrencia: ¡Ésta película vale madres! y se salió. El público aplaudió. Los 14 gringos preguntaron a sus anfitriones: What did he said? Hubo 14 traducciones distintas. Los norteamericanos miraron a su alrededor con una mezcla de estupor y divertimiento. En lugar de ese asombro extremo, los mexicanos miramos más bien con vergüenza, pero igual de divertidos. Alguien volvió a decir: Welcome to Toluca!
Se apagaron las luces. La pantalla brilló y los ánimos se apaciguaron. Arrancó desde cero la película. El bote de palomitas ya iba a la mitad y ni siquiera habían pasado 8 minutos de cinta. La luz se fue, otra vez. Una mujer muy fina gritó desde el fondo de la sala: ¡Hijos de su re chingada madre! Aplausos. No fue necesaria la traducción. El narrador no se estaba divirtiendo. This is not normal at all!
Un hombrecillo se paró con gallardía frente a la concurrencia. Vestía el uniforme de la compañía de cines: gorra (el narrador olvidó el color), camisa con logotipo (mismo caso) y pantalón azul. Ofrecemos una disculpa, pero se fue la luz en todo el centro comercial. Este problema no es de nosotros… El público no lo dejó continuar. Si los insultos hiriesen como piedras, el hombrecillo pudo haber muerto lapidado. Con frustración, se dirigió a la salida de la sala, y casi a punto de salir, alzó su mano derecha con el puño cerrado, el cuál desplazó con violencia por detrás de su cabeza. Nos mentó la madre, pues. Otra explosión de gritos. Los invitados norteamericanos estaban genuinamente encantados. Reanudó la película. Guardamos silencio. Los gringos ya no quisieron traducción simultánea. Básicamente, comprendieron que la película trataba acerca de los senos de Martha Higareda.

Parte II: Salió bien, ¿no?

En la parte I, se dio cuenta del día en que la delegación de estudiantes de Fort Worth, Texas, llegó a Toluca, y los extraños acontecimientos que presenciaron esa noche. En la parte II, se hace una crónica de la ceremonia “oficial” de bienvenida por parte de la alcaldía de la ciudad de Toluca, en el marco del programa “Ciudades Hermanas”.

El narrador llegó el lunes por la tarde a la alcaldía de Toluca. Tarde. Por fortuna, la ceremonia de bienvenida para la delegación de estudiantes de Fort Worth, Texas, no había comenzado aun. Casi todo estaba en su lugar. El recinto era un bonito salón de la planta alta, en la esquina del edificio, con una bella vista a la plaza cívica de Toluca. El gobierno de la ciudad se alistó para recibir formalmente a los invitados. Una voz masculina invitó al público asistente a tomar sus lugares. Los gringos ocuparon las primeras filas del lado izquierdo. Al centro había un pasillo. En las filas del lado derecho se sentaron ciertos invitados que el narrador desconoció y aun hoy sigue desconociendo. Él se sentó entre ellos. El resto de los lugares fueron ocupados por las familias anfitrionas de los norteamericanos.
Frente a la audiencia, la Mesa de Honor. La mesa, como tal, no era muy grande, pero sí lo fue el número de convocados a la misma. Donde normalmente podrían caber cómodamente cinco personas, ubicaron a unas catorce. Lucían apretados. El alcalde de Toluca debió ser el personaje más importante de la mesa. Sin embargo, como no pudo ir, mandó en su representación a una funcionaria, quien tampoco pudo ir. Así que la funcionaria mandó en su lugar a otro personaje para que la representase. A la mesa también se sentaron profesores, regidores, fulanos y fulanas cuyos nombres y puestos se le escapan al narrador de la memoria, a pesar de que todos fueron debidamente presentados por un maestro de ceremonia. La verdad es que eran demasiados nombres como para que uno los ande recordando.
El maestro de ceremonia cantó el inicio de la misma desde un podium. La audiencia escuchó con atención. Al fondo de la sala, una voz femenina interrumpió al presentador para traducirlo al inglés. Se invitó al Licenciado tal, -quien en representación de la Licenciada talporcual, quien a su vez debería estar representando al alcalde de la ciudad- a que dirigiera un mensaje a los presentes.
El Licenciado –por cierto, chaparro y morenito, pero bien trajeado- se desenchufó de la apretada Mesa de Honor y caminó con gallardía hacia el podium. Comenzó su discurso con una inmensa letanía, en la cual repitió uno por uno todos los nombres de los miembros de la Mesa de Honor. Luego de rendir tributo al ridículo protocolo, dijo, palabras más, palabras menos, lo siguiente: Es para mí un gran honor dar la bienvenida a esta delegación de estudiantes. Toluca los recibe con los brazos abiertos, con la mejor disposición de estrechar los lazos de hermandad entre nuestros pueblos, para enriquecer nuestras experiencias mutuas, aprender los unos de los otros, para beneficio de nuestra comunidad. Del fondo de la sala, la voz femenina tradujo: We welcome you to Toluca. Nada más. ¡Nada más! Se sobrevino una epidemia entre la mayoría de los asistentes que a continuación trataré de explicar: Fue un ejercicio difícil, y el narrador lo sabe porque también a él le ocurrió. Fue uno de esos momentos en los que una fuerza que se genera en el estómago sube a la vez por el esófago y la tráquea, llena de aire los pulmones, provoca un cosquilleo terrible en la caja toráxica que a su vez produce un estremecimiento irremediable de las extremidades, contrae los músculos de la cara, abre las gargantas y después las bocas para expulsar una radiación sonora, estruendosa; el cuerpo se precipita hacia adelante expulsando toda esa fuerza, el rostro se colorea de rojo, y sobreviene un ataque de espasmos, brinquitos y pugidos, el cual recibe varios nombres, como risa, carcajada, etc. Algunos de los presentes omitieron el detalle de abrir las bocas, así que la fuerza, al ser expulsada, generó un sonido parecido a un sonoro ronquido. El Licenciado guardó silencio y se puso todo rojo. Coraje o vergüenza. Prosiguió su discurso con una anécdota que involucraba al presidente George Washington, de cuando éste tuvo un encuentro con un batallón después de la guerra de independencia, y una charla con un capitán, etc. La voz al fondo de la sala tradujo: I admire president George Washington. ¿Quién contrató a esa traductora tan incompetente? Por supuesto que la epidemia de risa se generalizó, incluso entre los invitados norteamericanos.
El chaparrito cortó su discurso y se fue a apretujar otra vez a la Mesa de Honor. Otro sujeto, igual trajeado y con bigototes, pasó al podium para hablar. Increíblemente, volvió a repetir los nombres de todos los miembros de la Mesa. Su mensaje fue olvidable. Le siguieron unos tres o cuatro discursos por parte de la delegación de gringos. Todos breves, en español precario, pero se les agradeció el gesto de hablar en nuestro idioma.
Después, una voz al fondo de la sala informó a los presentes que a continuación se vería una “presentación digital” del gobierno del estado de México. En ese momento, un individuo se aproximó a una mesa situada entre los invitados de honor y la audiencia. Colocó una computadora portátil y la prendió. La conectó a un cañón proyector. Metió una memoria USB. Todos fueron testigos de cómo buscó por varios minutos un archivo. Lo abrió. Se desplegó un programa. Le dio clic al botón de “play”. Se hizo de un micrófono y lo pegó a la bocina de la computadora. Después de casi diez minutos de minuciosa operación -en la que los presentes no tuvieron de otra más que observar lo que el individuo hacía-, se pudo contemplar una chafísima presentación que consistía en fotografías, acompañadas de una pista musical que al narrador le recordó el sonido de un viejo tecladito marca CASIO.
Luego de eso invitaron a otro miembro de la Mesa, un alto representante del gobierno del estado de México, a que dirigiera un mensaje. El narrador sí que recuerda el nombre: Arnulfo Valdivia. Lo recuerda, entre otras razones, porque su discurso fue lo único rescatable de tan patética ceremonia. Para empezar, el nuevo orador informó que su discurso sería en inglés. Y en ese idioma, impecable, dirigió el único mensaje que no fue interrumpido por la traductora, y que la gran mayoría comprendió en su totalidad.
Finalmente, se invitó a cada gringuito a que pasara al frente para recoger un reconocimiento. Solo que la invitación se hizo en español. Inexplicablemente, la traductora no tradujo. Comenzaron a recitar los nombres de los gringuitos, quienes no sabían porque los llamaban. Se pararon desconcertados, mirando a todas partes. Buscaron respuesta en los rostros de los presentes. De entre el público, una chica que hablaba inglés fue y le arrebató el micrófono a la traductora. Repitió la invitación. Por fin se entregaron los reconocimientos. La ceremonia tocó fin. Los miembros de la Mesa de Honor se pusieron de pie e intercambiaron tarjetitas con sus nombres. El narrador dejó su lugar y se fue al fondo de la sala, para observar. A su lado se encontraba el individuo que puso la “presentación digital”. Lo escuchó decirle a una muchacha que también estaba ahí: Pues salió bien, ¿no?