jueves, febrero 12, 2009

Ratas

Al salir de casa lo primero que vi fue una rata medio gris y medio parda, aparentemente muerta, a mitad de la calle. También vi a una mujer de pie al lado de un auto, y le preguntaba a alguien ahí adentro, ¿Tienes las llaves de la casa?
A lo mejor vi primero a la mujer y después a la rata, no importa tanto. Lo que sí pasó fue que vi las dos cosas y esperé que eso no fuera presagio de lo que vendría por el resto del día: mujeres que hacen preguntas y ratas aparentemente muertas.
Fue de hecho peor. Pasé la lado de la rata y ahora puedo eliminar la palabra “aparente” de esta crónica. Estaba bien muerta, y las tripas se le habían salido por el ano. Sin embargo, aunque la rata parecía fría y tiesa, el viento le meneaba el pelambre y pude notar cómo dentro de la muerte hay ciertos rasgos de vida. En realidad el cadáver, a pesar de estar helado e inmóvil, no podría decirse que pareciera una piedra que no tiene vida. Parecía más bien un pastizal que se mueve a capricho del aire, y uno nunca dice que el pasto está muerto, o que es incapaz de decidir por si mismo. Esa impresión me dio el pelambre de la rata. Tal vez en la muerte seguirán existiendo intersticios de vida. Quizás la muerte no es un destino, sino el inicio, o el cauce, o la circunstancia, o la gravedad, o la inercia del destino. O todo eso junto.
El asunto de las mujeres haciendo preguntas es algo que simplemente estuvo ahí el resto de la tarde, desde el ¿más café joven?, ¿traerá cambio? ¿Cómo quiere que le corte el pelo? Es algo que estará todos los días, y no hay manera de escaparse, ni de eso, ni de la muerte, ni del destino.

lunes, febrero 09, 2009

El mano a mano

Situación:

Danzón vs. Mambo, así estaba anunciado. Suelo ir a conciertos de casi todo tipo. Abundan los de rock, de jazz, algunos de clásica, pero esa noche fue de mambos y danzones.

Lugar:

El legendario teatro del IMSS. El pequeño y caluroso teatro del IMSS. El infame y horrible teatro del IMSS. A veces uno llega a pensar que en ese diminuto lugar se centra la mayor parte de las actividades culturales a las que asiste la sociedad toluqueña toluquense choricera. Lo bueno es que ya hay butacas nuevas.

Quienes:

Los danzones de Acerina vs. los mambos de la orquesta de Pérez Prado.

Público:

Mi padre, mi tía, mi hermana, una señora gordísima, varias viejitas que parecían de más de 865 años, señores maduros con chamarritas de piel sintética compradas en la década de los 70’s, pantalones de vestir y zapatos idem, gastados y sin lustre; una antigua compañera de algún curso que tomé, con sus amigos, y familia, oficinistas que recién se habían quitado sus corbatas, amas de casa, niños con cara de metrajeronagüevo, y unas cuantas decenas de personas más.

Primer Round:

Suena la música y luego luego se abre el telón. Aparece la danzonera de Acerina con sus ritmos, mezcla de aquélla música europea que llegó al caribe y se mezcló con la rumba y el bolero para aterrizar después en Veracruz y agarrar el color jarocho, luego pasarse al chilango para su internacionalización y terminar después en el teatro del IMSS de la ciudad de Toluca. Salieron dos parejas a bailar, pero recuerdo únicamente el nombre de las chicas: Mayra y Alicia. Ésta última una mujerona (según yo y toda la bola de distinguidos machos que aplaudíamos cada vez que la susodicha Alicia efectuaba alguno de esos lentísimos pasos junto con su acompañante).
Tocaban excelente, el sonido impecable, décadas de tradición estaban aun ahí, dando lata y sabor, dando vida a una ciudad que por lo general está dormida. Se veían graciosos, casi todos viejos y gordos, pero llenos de candor y entusiasmo por la música. Cerraron con Nereidas. ¡Qué música, carajo!


Intermedio:

Se cierra el telón. Aparece un hombre entre el público, con una caja llena de discos de Acerina. Se pasea entre las butacas. Una de las viejitas cebollinas está comiéndose unos bomboncitos. La música ambiental es de The Cure. El hombre de los discos está medio calvo, trae una playera, también de Acerina. Luego de un rato ya nadie le quiere hacer caso y se va a parar a un ladito del escenario; agarra dos discos con la mano, misma levanta y se queda así un rato. Tiene el mentón salido y parece apretar los dientes. Luego de un rato se esfuma.

Segundo round:

Vuelve a sonar la música a la vez que se abre el telón. Ahí está la DámazoPérezPradoMamboMachine. Uy, como que la gente está más prendida. La música es impecable, casi gloriosa, la gente se prende más, será que así son los mambos, más guapachosos, aguerridos, y mira al del teclado me dice mi tía, y mira a los del saxofón. Mi papá hasta se pone a aplaudir. Al ritmo de la cachi cachi porra la viejita que ya se terminó los bombones alza su brazo y menea sus cenizos cabellos. Inexplicablemente, una ñora de la fila de enfrente se queda dormida. La gordísima baila nada más con la cabeza, la mueve para todas partes, pero su cuerpezote ni se mueve. Se reventaron el Pachuco bailarín, y Norma la de Guadalajara, y apareció otra vez Alicia, bailando como la Tongolele, una voz la sigue por el escenario y el sonido y el color de pronto me transportan a un México que pensé que ya no existía, que alguna vez alcancé a divisar en películas viejas que pasan por el canal dos. Ahí estaba ese México, en las piernas y la sonrisa de Alicia, en la orquesta de mambos atrás de ella, en la gente que con soltura se dejaba emocionar por esos ritmos que marcaron el pulso de sus vidas. ¡Taxi Libre! Mambo número 5, y qué calorón se siente. ¡Qué fiesta! ¡Qué música, carajo!
Sin saber cómo ni cuando, un señor se apareció entre el público. Vestía una playera amarilla y tenía en las manos una videocámara. A juzgar por su rostro y ademanes, el aparatito ese no funcionaba. Se ponía a filmar pero luego luego acercaba la cámara a su rostro, como para ver por qué coños no pasaba nada. Desapareció. Segundos después apareció en el escenario, detrás de un saxofonista que se parecía a Luis Echeverría. Me imaginé la charla, manito, no prende la cámara, ay si serás menso, pues le tienes que apretar en donde dice “rec”, ah ya gracias, ya ni la amuelas, vienes a interrumpir mientras estoy tocando.
El camarógrafo Playeramarilla apareció de nuevo entre el público, y lo que hizo fue básicamente lo mismo que un rato atrás: pelearse con la cámara. Regresó al escenario, al menos dos veces más. Echeverría permanecía impertérrito, dando parsimoniosas explicaciones (eso me imagino yo).
Mi papá gritaba que tocaran la de Patricia. Yo no tenía ni idea de que pieza era esa, pero me solidaricé y me puse a gritar “¡Patricia!”. Y nada, tocaban una, luego otra, y otra, pero nanai con la Patricia. Ya nos vamos, que estén muy bien, gracias por venir a escuchar los danzones y los mambos, Ni máiz, Otra Otra, Bueno entonces ahora si tocamos Patricia. Y la tocaron, y qué aburrida estuvo, la verdad, ya la conocía pero no sabía que se llamaba así. Con razón no querían tocarla.


Epílogo:


Se encienden las luces, se cierra el telón
Se abren las puertas, se sale la gente
Un frío de muerte,
Se cuela el chiflón,
Se encienden los coches, la calefacción
El hambre se siente, una idea se aparece
Tacos de Carranza, para un buen atascón