domingo, enero 28, 2007

Necrobiosis

Cuento

Yo no le tengo miedo a los muertos, señor. Ahora que he tenido tiempo para reflexionarlo, lo encuentro hasta menso. Ellos están allá abajo, y dudo que con sus puros huesos se salgan de sus cajas y le ganen en batalla a los gusanos. Todas esas historias de que viene la calaca y le jala a uno las patas me suenan a puritito chiste, la verdad. Dígame usted ¿qué utilidad puede tener para un muerto el venir a hacernos la vida imposible? Ni siquiera creo que se sientan solos, al menos no más que nosotros. Lo sé pues lo que hice me lo ha dejado bien clarito. Si hablamos de la muerte, pues tampoco le veo ya importancia a andarle teniendo miedo, que no nos vayan a atropellar, que no te vayas a pescar una salmonelosis comiendo tacos en la calle, que el sida ese que dicen en la tele, que si los terroristas te la provocan. ¿Se fija usted? ¿De donde viene la muerte? A ver, dígame usted; de los que estamos vivos, ¿Que no? Esas historias de la llorona y los chaneques me vienen vuelta y vuelta a la cabeza en estos últimos días y ya hasta risa me dan. No me arrepiento de lo que hice, se lo he de confesar, pero sí me duele el darme cuenta de lo que una es capaz de hacer. Aquí hay muchas que llegaron en la misma circunstancia, y a una le hacen creer que llegaste al meritito infierno, pero ¿cuál infierno, señor?, ¿cuál? Hasta ahorita no veo que este sitio sea pior que allá afuera. Hasta segura me siento. Ahorita si me dejan salir, verá como viene mi suegra con ganas de desplumarme. A esa si que le tengo miedo, ni qué decir de mis cuñados. Yo sé lo que es tener miedo señor, y por eso le digo que no le veo chiste andar escondiéndonos de los muertos. Llevarles zempazuchil y la ofrenda el día de muertos pues es re bonito. A mi papá le llevamos sus tlacoyos de habas y frijoles cada año, y ¿sabe?, nunca se los come. El año pasado nos descuidamos tantito y un perro se trepó a la mesa y se los tragó todos. Cuando mi hermana lo vio, el canijo perro se había tomado hasta el agua de horchata que de por si ya estaba mosqueada. ¿Pero cree usted que esas ofrendas son por que les tenemos miedo? No señor, es porque los veneramos. ¿Qué cree usted que me pueda hacer mi papá ahora que está muerto? Ya todo lo hizo cuando estaba vivo, nos crió y nos daba consejos, muy a su manera. Nos pegaba de chiquitas, pero era para educarnos, señor. Y aunque sabía porqué nos pegaba, no lo niego, me daba miedo. También mi marido me daba miedo, y por eso hice lo que hice. Ahí donde trabajaba yo, en la panadería, cada 14 de febrero hacíamos intercambio de regalos. Yo no soy mala señor, se lo juro, es el mundo el que nos va volviendo endemoniados. Le decía de los regalos, siempre me dieron cosas bonitas, un juego de toallas para el baño y un mantel que Claudia, una de mis compañeras, dice que tejió a mano. ¿Usted cree que si yo fuera mala se estaría tomando esas molestias? Ahí me decían las muchachas que yo era re buena gente. Perdón licenciado si se me salen las lagrimas. ¿No trai un clinex? Gracias señor, o licenciado, ¡ay ya no sé! ¿Cree que si fuera mala me daría este sentimiento? Todos me querían licenciado, todos menos Antonio, mi marido. Hasta siento que mi suegra me guardaba algo de respeto por andarle aguantando a su hijito todas sus jaladas. Ahora tengo mucho miedo licenciado, de mis cuñados, de la gente de la colonia que ahora me desconoce, de mijo Toñito, que ya se habrá enterado de lo que hice y vendrá de regreso de allá de Estados Unidos. Siento miedo de mi misma señor, por lo que hice, por las causas que me llevaron a cometerlo. Se lo juro por dios que no fui yo la que le sorrajó la olla express en la cabeza. Algo me salió desde adentro, así como le decía, un demonio, uno que traía adentro yo creo desde que nací, porque no creo en demonios señor, no creo en esas cosas que dicen, que viene el chamuco y se posesiona y esas cosas. A mí no me posesionó nada más que las ganas de terminar de una vez por todas con esto. No lo raciocinaba licenciado, ¿así se dice, raciocinar? Usted disculpe, pero ¿qué creé que tenga en la cabeza una mujer en el momento de estarle destrozando la choya a su marido con una olla express? Le tenía miedo a mi marido pues, porque se ponía borracho cada vez más seguido. Perdóneme si otra vez como que lloro, pero mi arrepiento de no haber escuchado a mija Andrea cuando me decía que Antonio la molestaba. Me decía que le hacia cosas y yo me ponía como energúmena, hasta la llegue a cachetear por decir esas calunias contra su padre. Luego no nos hablaba la niña, andaba todo el tiempo como de genio, señor, triste, y yo ni la tomaba en cuenta, no quise ver, ni sus moretones me convencieron. No quise licenciado. Una noche que fueron los amigos de Antonio a la casa, escuché cómo se burlaban de él, le decían que tenía bigotes de marrano y se lo chesquiaban, luego el compadre Ramón le decía que era re puto y re pendejo, que cómo se dejaba que yo lo mangoneara. Pero señor, yo no mangoneaba a mi marido, creo que era justo decirle que mínimo si se iba a ir de briago no se gastara lo de la comida, y se lo pedía de buena gana. Pero esos amigos borrachotes de él sí que lo mangoneaban fíjese, y venía y me agarraba a guamazos a mí. Cuando le dije que esperaba otro niño, uuuuuy señor, ¡pa’ que le dije!, me golpeó hasta que se le fueron todas las fuerzas. Fui a dar al hospital y la criaturita acabó molida en mi panza. Me la sacaron y el doctor me decía que tenía que denunciar a mi marido. Debí hacerle caso, pero no, porque tenía miedo, y además, ya ve, y con todo respeto para usté, pero las autoridades nunca hacen nada. Estaba cansada de todo señor. El día que lo maté llegué a la casa a la hora de la comida. Venía del mercado. Antonio estaba encima de mija Andrea, la tenia encuerada y llena de golpes por todas partes. Mija gritaba y gritaba. Señor, esto es muy doloroso, de verdad, tuvo que haberlos visto usté tirados ahí en el suelo de la cocina, mi marido violando a mijita Andrea, pegando gritos como de burro en celo. No lo pensé señor, no lo reflexioné ni tantito, agarré la olla express que había puesto antes de ir por el mandado, así caliente como estaba, con los frijoles y toda la cosa, y se la sorrajé una y otra vez en la cabeza, así, mire. Me salí de mi señor, creo que hasta baba echaba de coraje, y al volver en mi, ví la cara de Andreita llore y llore que me decía toda costernada "¡Ya lo matastes ma, ya, ya párale, íralo como lo dejastes!" Y si, eso no parecía una cabeza, lo dejé como perro atropellado. De pronto la olla me pesaba. Antes no pesaba nadita, porque me vinieron unas fuerzas todas juntas que no creo volver a sentir nunca señor. Me sentí cansada, solté la olla y abracé a mija. Ni siquiera habíamos pensado en lo que iba a suceder después, pero yo me sentía liberada ¿sabe? Aunque esa calma no me duró nadita, porque mija me miraba con unos ojos como que echaban chispas señor licenciado, como que me agradecía pero me desconocía. Me tenía miedo licenciado. En eso llegaron los polecías, nos preguntaron cosas y yo pues les dije lo que había pasado, que mija era inocente, que no le hicieran nada. Ahora que lo pienso, los gritos habrán hecho que algún vecino cogiera el teléfono y llamara a los cuicos. Por eso le digo, que ya no tiene chiste tenerle miedo a un muerto, y menos cuando sé que fui yo la que lo maté. Por eso hace una lo que hace señor, por que está viva. Ahora si me muero es de seguro por todos los que están vivos que ahora me querrán ver muerta: mi suegra, los cuñados, los vecinos. Porque me tienen miedo. Es a los vivos a los que les tengo miedo señor licenciado. Los muertos, incluso Antonio, están descansando cada quien con sus huesos y con sus gusanos. Una aquí se tiene que ir pudriendo como pueda.