domingo, octubre 15, 2006

Hay cosas que suceden

Planteamiento del problema
Para mí, esto que a continuación narraré empezó un domingo por la tarde. No fue nada grave. Con esto quiero decir que el mundo no se detuvo, ni los mares tomaron por asalto las ciudades. Aún así, hay cosas que uno prefiere que no pasen.
Recibí la llamada de un amigo que se llama Benja, -¿Bueno? -¿Moncho?, -Sí, soy yo, ¿quién habla?, -Soy Benja, -¡Ah!, ¿Qué pasó Benja?, ¡Qué milagro! –Sí si, hace mucho que no sabía de ti, -Así es carnal, así es. ¿Qué onda, qué pasó, pa’ qué soy bueno? –No, pues fíjate que me habló mi primo, el que vive al lado de tu oficina. Parece que algo le pasó al carro de Jaime. -¿Ah si? ¿Y algo como qué?, -No pues no sé, yo no he visto, me dijo mi primo que estuvo tocando el timbre y nadie le abrió, y no tiene el número de Jaime, entonces me preguntó a mí que si podía llamarle a su celular. -¿Y no te contesta? –No pues no, -Mmmta, chale, pues voy a darme una vuelta a la oficina a ver qué pasa, y luego busco al Jaime para decirle qué pedo. –Sale Moncho, estaría bien que te dieras una vuelta, te digo que no sé de que se trata, algo le pasó al coche. –Pues sí, a ver qué onda. Mil gracias por avisar carnal, nos estamos viendo. –Sale, hasta luego. –Bye. –Click. –Click.
Algo le pasó al coche de Jaime. Dos días antes, salimos él y yo de la oficina con rumbo al aeropuerto de Toluca. Ninguno de los dos le dio importancia al hecho de que su coche se quedó afuera, en la calle. En esa oficina trabajamos los dos, pero además, en la parte de atrás el buen Jaime instaló un departamentito donde vive desde hace un año.
Yo recordé que el coche se quedó afuera justo después de que colgué con Benja, ese domingo lluvioso. Jaime iba a estar fuera todo el fin de semana y yo no voy a la oficina ni sábados ni domingos.
-¡Puta madre!- pensé para mis adentros. Le dije a mi familia que no tardaba, que tenía que ir a ver el coche de Jaime. -¿Qué hay que verle a ese coche?- me preguntaron. –No, pues que algo le pasó, el pendejo lo dejó afuera todo el fin de semana, se me hace que ya le bajaron algo, a ver qué puedo hacer.

Contexto
Las cosas suceden en cualquier parte. Esto que ya empecé a contar sucedió en el municipio de Metepec, Estado de México. Supuestamente es un lugar de nivel medio-alto. En los últimos años han llegado a este sitio cientos de familias procedentes de varios lugares de la república, principalmente del Distrito Federal y del norte del país. La composición socio-económica de lo que antes era un pueblo ha cambiado drásticamente. Ahora le dicen “Ciudad Típica”. Cuenta con decenas, si no es que cientos de conjuntos residenciales, muchos de ellos de nivel francamente alto. Para los ricos, pues.
Abrieron un centro comercial gigante con tiendas de todo tipo, y alrededor han instalado tiendas de autoservicio nada modestas, ostentosas, una al lado de la otra. También trajeron agencias de carros, de cualquier marca, tipo, forma, tamaño y fecha de caducidad. Antes no se veía circular por aquí (y creo que por casi ninguna parte) esos camionetones que se llaman Hummer, jóvenes reliquias de la ingeniería militar que ante su inutilidad operativa en los campos de batalla, vieron un gran mercado en expansión en los bolsillos de los estúpidos nuevos ricos que pueblan ciertos municipios del país, entre ellos, Metepec, Estado de México.
En los límites de la “Ciudad Típica de Metepec” pusieron retenes de policías para controlar el consumo de alcohol de los conductores. En las esquinas se ve a los agentes de tránsito intentar controlar el desquiciado tráfico, provocado, en gran parte, por gente que maneja esos camionetones que ya dije, que rebasan en el carril donde no está permitido, que piensan que el rojo en el semáforo no es otra cosa mas que una mera recomendación. Cada cruce de calles parece desembocadura de dos violentos ríos que se encuentran. Hay tantos Mercedes Benz, Volvos, Audis, BMW’s, etc., que bien podría uno pensar que Metepec se ha convertido en la hoguera de las vanidades, o el día después de la llegada de lo Reyes Magos, y todos los niños adultos salen a la calle a presumir sus juguetitos.
Se vive tan bien en este lugar, la gente está tan tranquila y tan segura, que simplemente hacen lo que se les da la gana. Los más jovencitos llevan sus coches nuevos a estrenar justo afuera de los antros. Se acercan en sus Mini-Coopers, sus Toyotas, le suben el volumen a la canción de moda justo frente a la entrada del bar, antro o congal. Las jovencitas se bajan de ellos todas monas y sonrientes; horas más tarde se suben otra vez, en estado de profunda ebriedad, por lo general insultando al tipo del valet parking, que les abre la puerta, que les dice que se vayan con cuidado a casa.
Los más grandecitos hacen otro tipo de desfiguros. Se estacionan donde quieren, esté permitido o no. Por supuesto que está prohibido dentro de su idiosincrasia el dejar que el peatón cruce primero (Hace tiempo estuve a punto de ser arrollado por un BMW color negro, que se pasó el alto y además me tocó el claxon por haber osado atravesar la calle justo cuando él quería pasar). Es regla general el no mirar a los ojos a todo aquél que los atienda. A la menor provocación, oprimen con vigor y rabia el botón del claxon, sobre todo las señoras. Hacen lo que les da la gana, por que, finalmente, pues son ricos, ¡Qué chingás!
Nuestra oficina se ubica en una colonia de Metepec que es más bien clasemediera. Un día a la semana pasa un policía casa por casa, oficina por oficina, para solicitar una cooperación que puede variar dependiendo de la zona y del rango que el policía ocupe en la jerarquía de la corporación de “seguridad pública”. En este lugar, la palabra “cooperación” es sinónimo de “A Güevo”. El poli que viene a nuestra oficina nos pide quince pesos. Podría parecer una bicoca, pero si uno se pone a hacer cálculos, nada más en esta colonia debe haber unas dos mil o tres mil casas. Además, hay unos cuatro o cinco policías que resguardan la zona, así que el reparto de nuestras “cooperaciones” no le ha de hacer daño a ninguno de ellos.
Como se puede apreciar, se vive seguro, hay bienestar, hay para todos, por fin llegó la civilidad, sobre todo después de que abrieron la tienda “Liverpool”. Aun así, en éste idílico paraíso, hay cosas que suceden.

Recopilación de datos (Reconstrucción de los hechos)
a) Llegada al lugar de los hechos

Me dirijo de mi casa, en el remoto pueblo de San Buenaventura, hacia mi oficina, ubicada en Metepec. Llueve. Ya dije que es domingo. Son las 6 de la tarde. Además de conducir y escuchar la radio, pienso en las posibles combinaciones que el destino ha preparado para mí cuando llegue a ver el coche de mi amigo Jaime. Muy en el fondo, no quiero ver eso. Ni siquiera tengo ganas de ir a la oficina, ¡es domingo, son las seis de la tarde y está lloviendo, coño!
Estoy casi convencido de que algo le bajaron, los espejos, los limpiadores, o incluso las llantas. Dentro de mis más profundos temores está incluso la posibilidad de encontrar el coche todo rayado, con los cristales desechos, los asientos mojados y con cacas de perro por todos lados, sin volante y con cables colgando desde el sitio donde normalmente se instala un estéreo.
Estoy a punto de doblar en la esquina de la calle sobre la cual está la oficina. (¡Qué mala frase!) Ya doy la vuelta y a la distancia distingo un objeto con forma de raspa-hielo gigante, que frágilmente se apoya en tres ladrillos. Es el coche de Jaime. No sé por qué, de verdad no me lo explico aún, pero lo primero que pensé en ese momento fue en los 15 pesos del policía.
Me estaciono detrás de ese objeto que también se asemeja a un calcetín de bebé. Le doy la primera vuelta de reconocimiento. Lo miro por arriba y por abajo. Sé que se trata de un coche, pero en serio, sin llantas parece canastilla de rueda de la fortuna, o bote de tamales. Es como si a una persona le quitaran las orejas, o la mandíbula; no por eso dejan de ser personas, pero la sensación de extrañamiento sería inevitable.
El vecino de al lado está ahí, hincado, arreglando la manija del zaguán de su casa, la cual está a la izquierda de nuestra oficina. Al verme llegar se acerca y saluda amablemente. Comienza a hacerme la plática.

b) Primera ronda de declaraciones por parte de los testigos
Lo primero que me dijo el vecino fue: -¡iiiiiiiiii, le robaron las llaaaaaaaaantas!”. Hasta cierto punto, considero como algo muy positivo el hecho de tener vecinos tan observadores. Luego me dijo: -Mire joven, yo llegué como a la una de la mañana del sábado, y estaba todo bien, todo tranquilo. Luego como a las 8 de la mañana sale mi esposa a la tienda y regresa y me dice “Mira tú, ¡al vecino le robaron las llaaaantas!”, entonces que le digo “¡No manches hija!” y que me dice “Sí, le robaron las llantas, ira ve a ver”, entonces que salgo y nooooooo pus sí, ya no estaban las llantas.
Yo escuchaba su exposición, intentando disimular una risita que se me quería asomar. –Entonces pues todo pasó en la madrugada, joven-, concluyó el vecino.
Luego me dijo que tocó el timbre todo el día y que no le abrí. Le dije que yo no pude haberle abierto a nadie porque ahí no vivo yo, ahí vive mi amigo Jaime, quien estaba de viaje. A juzgar por la cara que puso, imaginé que en su mente se estaba preguntando: “¿Bueno, entonces este güey que hace aquí? ¿Cómo se enteró de que al coche le habían robado las llantas?”. Sin esperar preguntas le expliqué que yo ahí tengo mi oficina, que Jaime es mi amigo, y que el vecino de la casa de la derecha es primo de otro amigo nuestro que se llama Benja, y que fue éste último quien me contactó a mí para avisarme que al coche le había pasado algo.
Mi interlocutor se quedó pensativo, se rascó la nuca mientras le echaba una mirada a los ladrillos que sostenían al carro. No dijimos nada durante unos momentos. Yo también miraba lo mismo, con las manos en los bolsillos del pantalón. La lluvia era ligera pero constante. El vecino, cuyo nombre no recuerdo, rompe el silencio diciendo: -Sí joven, le digo que cuando llegué todo estaba tranquilo, el coche completo…-, y me volvió a repetir la historia.
Esta vez agregó que a su casa se habían metido cinco veces a robar, y que a la vecina de la otra casa, al lado de la suya, también se le habían metido unos rateros, y que incluso habían encerrado al perro en el baño, -¡Pinche gente! ¿No joven?-, me pregunta, medio indignado. –Pues sí joven, qué mala onda-, le contesto.
Le dije “joven” porque calculo que sería más o menos de mi edad, y como él me dice “joven” a mí…

Le llamé a Jaime por teléfono. Le conté todo lo que hasta ese momento había ocurrido: le bajaron las llantas y a cambio le dejaron unos bonitos ladrillos. Le dije que de acuerdo al testimonio de un vecino, el robo se había perpetrado en la noche del sábado para amanecer domingo. Jaime me pidió que de favor entrara a su casa y que buscara un juego de llaves que tenía escondidas, que con ellas entrara a su departamento y encendiera la luz, o dejara la tele prendida, o algo por el estilo. La cuestión era que Jaime no volvería sino hasta el lunes por la tarde, y su raspa-hielos se tendría que quedar afuera otra noche más, desolado y triste, sobre sus tres ladrillos. El plan era simular que alguien había llegado, no fuera a suceder que a los roba-llantas se les ocurra regresar.
Puse manos a la obra. Encontré el duplicado de las llaves. Luego fui al departamento, prendí la luz y luego la televisión. En ella estaban pasando un programa, un concurso de baile donde unos famosos (no puedo llamarles artistas) bailan con unos desconocidos. Me senté en un sofá a mirar las piernas de la famosa que se dejaba zarandear por un desconocido de cabello largo. Estaba yo francamente entusiasmado viendo a la mujer cuando sonó el timbre.
Me asomé y había un hombrecillo parado en la banqueta, agarrando con sus manos los barrotes de la reja. Salí a ver qué se le ofrecía. Se presentó, me dijo su nombre y también lo olvidé. Me dijo que era el vecino de la casa de enfrente, y como si yo no lo supiera ya, me dijo que me habían robado las llantas. Traía cara de enojado. Enfatizó, con cierto dejo de reproche, que estuvo tocando el timbre todo el día y que no le abrí. Tuve que explicarle también a él que las llantas no eran mías, que yo no vivía ahí. Como si no me hubiese escuchado, me dijo que no debía vivir tan aislado, que hay que conocer a los vecinos, que él siempre ha dejado su coche en la calle porque en la cochera solo cabe su camioneta, y que nunca le habían intentado robar nada. Se despidió.
Le hablé a Jaime para decirle que ya estaba todo en calma y bajo control, que estuviera tranquilo, que lo vería al día siguiente.
Decidí que ya era mucho para una tarde de domingo, así que cerré bien el departamento, la oficina, y me largué de ahí. Dejé la luz y la televisión encendidas.

c) Segunda ronda de declaraciones por parte de los testigos
Como dije en un principio, las cosas suceden y el tiempo no se detiene para mirar cómo se resuelven los problemas. El lunes por la mañana fui a impartir clases, y de ahí me dirigí a la oficina. Ahora el día está soleado y no entiendo por qué coños me siento tan contento. Quiero pensar que son mis alumnos los que me transmiten vida.
Al llegar a mi sitio de trabajo, observo con alivio que el coche de Jaime sigue ahí. Le echo un vistazo de reconocimiento y confirmo que todo sigue tal cual lo dejé en la noche.
No tenía ni diez minutos de haberme instalado frente a la computadora, cuando suena el timbre. Me asomo, y un tipo de lentes, delgado, con el ceño fruncido por el sol y los cabellos güeros se dirige a mí diciendo: -Buenos días, ¿no está el Jimmy?- Yo le contesto: -Fíjese que no, pero llega esta tarde. ¿Puedo ayudarle en algo?- Se puso una mano en la frente para taparse del sol, y me dijo: -Más bien vengo a ver qué fue lo que pasó, ¿ya vio que el coche de Jimmy no trae llantas?
Me llegaron dos pensamientos, uno malo y otro bueno. El malo fue: “¿Acaso todo el mundo piensa que no veo las cosas que ocurren? ¡Ya vi que al coche le robaron las pinches llantas!”. El pensamiento bueno fue: “Al menos hay alguien que sabe que no se trata de mi coche y que no soy yo quien vive aquí”.
Salí para hablar con el tipo. Se presentó. Lo único que recuerdo es que se trataba del Pastor de la iglesia. Repitió unas siete veces la frase “¡Qué terrible!” con la mano tapándose el sol de la cara, el ceño fruncido, mirando los ladrillos sobre los cuales flotaba el coche. –Pues sí, qué mala onda, ¿no?- le decía yo con desgano, las manos metidas en los bolsillos, mirándole a él mirar el coche. –Por favor dile a Jimmy que lo vine a ver, que si algo se le ofrece me busque.- me dijo con mucha amabilidad. Nos dimos la mano y lo vi alejarse por la acera, negando con la cabeza, como si se fuese diciendo a sí mismo “¡Qué terrible, qué terrible!”.
Volví a mis labores. Aproximadamente una hora más tarde, escucho la voz decrépita de una mujer que desde la calle exclama: “¡Yo los colgaba de los güevos a esos cabrones!”. Dejo lo que estoy haciendo, me levanto y me asomo. Afuera está la anciana que acaba de proferir tan dulce frase. A su lado hay otra mujer, de unos cuarenta años, y a su lado un niñita de unos diez, con su mochila a la espalda, una lonchera en una mano y la mano de la cuarentona en la otra. Abuela, hija y nieta mirando los ladrillos. -¡Ay arquitecto, perdón, pero qué feo que le robaron las llantas!- me dice la anciana, un poco apenada. Le dije que no soy arquitecto, que no son mis llantas. Afortunadamente se fueron rápido y no me hicieron mucha charla.

Resolución del problema (y algunos testimonios adicionales)
Fui por el “Jimmy” al aeropuerto a las tres de la tarde con treinta minutos. Cuando llegué ahí estaba él esperando, fumándose un cigarro. En el camino hacia lo oficina le conté que lo fue a buscar el Pastor, que se veía re’ cagado su coche puesto nada más sobre tres ladrillos, que seguro se trataba de unos novatos los que habían perpetrado el robo. El tráfico era caótico, ya que en las cercanías del aeropuerto estaban terminando de construir otro mega centro comercial, así que había muchos trailers y camiones yendo y viniendo.
Llegando a la oficina, lo primero que hizo Jaime fue mirar por todos lados el coche, sacar algunas conjeturas, frotarse la barbilla con una mano, y decirme –¡No mames, esto no lo hicieron unos novatos!- Yo insistí en que sí, que cómo alguien se arriesgaba tanto por unas pinches llantas viejas.
Sin hacerme mucho caso, Jaime entró a la oficina y se echó un clavado en uno de sus cajones. Sacó de él una tarjeta con un número de teléfono, y marcó a la agencia de coches que le corresponde a la marca de su auto. Sin mucho preámbulo pidió el precio de un juego de rines. Hasta ese momento recordé que las llantas traen rines. Jaime apuntó una cifra en la misma tarjeta en la que estaba el número. Dio las gracias a la persona con la que hablaba, colgó el teléfono, y me dijo: -Mira güey, ésto cuesta un sólo rin original, multiplícalo por cuatro, mas las llantas, son mas de doce mil bolas. ¡Esos cabrones sabían muy bien lo que hacían!- Ya no dije nada.
Por cuestiones propias de su trabajo, Jaime no podía esperar a que las llantas aparecieran solas. Insisto, si el mundo no se detiene, nosotros no debemos detenernos tampoco, porque entonces la desidia nos lleva, nos atropella, nos aplasta.
Le sugerí al “Jimmy” que fuéramos a una llantera que yo conocía en el cruce de Pino Suárez y Las Torres. Llegamos y nos atendió una muchacha que se llamaba Viridiana, coquetona ella, con todo muy bien puesto en su lugar. Hay nombres que, no sé por qué, no se me olvidan. Jaime escogió un juego de rines con llantas que salió muchísimo más barato que lo ofrecido por la agencia. Yo le pregunté a Viridiana qué hacía una chica como ella vendiendo llantas. Me dijo que eso es lo que le gustaba.
De regreso en la oficina pusimos manos a la obra. Jaime fue a buscar herramientas y yo comencé a bajar los neumáticos de mi coche. El vecino de la casa del lado izquierdo se asomó y me brindó un saludo, y luego le fue a dar la mano a Jaime, diciendo: -¡iiiiiiiiii joven, que le roban las llantas!- Jaime, sin hacerle mucho caso le contestó: -Sí, ya ve como es esto. Luego, el vecino le repitió a mi amigo la misma historia que yo le escuché la tarde anterior, que cuando él llegó… y que si le habían robado cinco veces… y que si a la otra vecina le encerraron al perro en el baño…
Logramos colocar las dos llantas que estaban del lado de la acera antes de que apareciera el siguiente vecino. Esta vez se trató de un muchachito que vive en la casa del lado derecho. Fue él quien llamó a Benja, que después me llamó a mí. Lo primerito que dijo, antes de decir “hola” o “buenas tardes”, fue: -¡Te robaron las llaaaaaaaaaantas!, ¡Hijos de su puuuuuuta madre!- Pensé en lo asombrosamente útil que suele ser la gente en ciertos casos. Dijo que la noche del robo su perro se la pasó ladrando, pero que “ese pinche perro ladra todo el tiempo”, así que no le dio importancia; que cuando vio las llantas pensó “iiiiiiiiii, ya le robaron las llantas al vecino”; que tocó el timbre y no le abrieron, que le habló a su primo Benja para ver si él podía avisarle a Jaime. Ah, lo olvidaba; también dijo: “¡Pinches culeros!”
El vecino y Jaime siguieron hablando de otras cosas que no escuché por andar apretando los taponcitos de la tercera llanta. En eso iba pasando una pareja de ancianos a media calle. Se detuvieron junto a mí, y el señor, un calvito él, me preguntó: -¿Y ahora qué? ¿Le robaron las llantas?- Sentí que se me calentaba la sangre. Completamente serio y mostrando abiertamente mi poca disposición al diálogo, le dije: -Se las robaron a él-. Señalé a Jaime. La anciana estaba bien agarrada del brazo del calvito; me miraba con curiosidad, enrollada en un chal color rosa. Mr. Calvito arremetió contra mí diciendo: -Pus con esos rines que le compraron va a salir pior-. Se dieron luego la vuelta y se alejaron de mí sin siquiera despedirse. Quise decirle una grosería, pero no se la dije, nomás la pensé.
El vecino seguía platicando con Jaime. Traté de escuchar lo que le decía. El primero le decía al último que un día, a su abuelito le habían robado una camioneta, y que a otra vecina, una que vive ahí cerca, también le robaron las llantas, pero dentro de su cochera. Concluyendo esto, se despidió y se metió a su casa a jugar con su perro, que curiosamente, estaba bastante calladito esa tarde.

Conclusiones
Una vez que cada llanta nueva tomó posesión de su sitio, nos dimos cuenta que al coche le había vuelto la personalidad. Ahora sí parecía un automóvil de verdad, como si a una persona sin orejas le hubieran vuelto a salir éstas. Jaime y yo guardamos las herramientas, pusimos en la cochera los ladrillos que ahora sobraban. Le comenté el breve episodio del anciano calvito. Se rió y me agradeció “por todo este desmadre”.
Sigo creyendo que nada de esto es grave. Ni siquiera importante. Pienso que incluso podría no tener ningún sentido escribir sobre el asunto. Pero ya lo escribí, así que permito que otro pensamiento me llegue y me diga que cualquier cosa que yo escriba tiene sentido, que en la vida a todos nos pasan cosas de las cuales sólo podemos elegir la manera en como habremos de tomarlas. Cuando uno decide ponerse a escribir, ni siquiera importa si aquello escrito es real o es mentira, o si me pasó a mí o le pasó a alguien más, o si ocurrió en Metepec o en Zapopan. Lo que importa es lo que esa escritura alimenta, el imaginario que se va nutriendo con los millones de ínfimas desgracias que suceden todo el tiempo, en todos lados a la vez. Esto que conté comenzó a ocurrirme a mí un domingo por la tarde. De no haberlo escrito, puede que no me haya ocurrido nunca.

Corolario
La siguiente ocasión en que el policía pasó por su cooperación, fue recibido por mi amigo Jaime. Éste le dijo que nunca le iba a volver a dar un solo centavo más, y que si no le parecía, que entonces se llevara a cambio unos ladrillos que ahí tenía guardados.

6 comentarios:

Anet dijo...

0_o

medio densa la tarde lluviosa del domingo no? jaja suele pasar, que te puedes esperar moncho, de una "cuidad" de gente "bien"
saludos

John Galt dijo...

El moooooonchoooo!!!!! estoy en casa del jaime en estos momentos y no pude más que reir y revivir esos momentos. -Iiiiiiii le robaron las llantas!!!!!! --- Y lo peor es que mi auto esta afuera.....

Robe

Ciro Estrada Lechuga dijo...

Es la mejor crónica... y la de la boda de tu primo también es muy buena... Lograste hacer de algo trágico, algo realmente divertido..., aunque coincido, ¡Qué poca madre!. Saludos Moncho...

Anónimo dijo...

"Insisto, si el mundo no se detiene, nosotros no debemos detenernos tampoco, porque entonces la desidia nos lleva, nos atropella, nos aplasta."... ¡Qué frase tan afortunada!

Anónimo dijo...

Hola monch!!! jaja, como no tengo cuenta de este sistema pues tendré q colocar anónimo y a ver si por el nick q empleé para saludart deduces quien soy... namás t quería felicitar por tu historia, me tuviste entretenido 15 minus, me recordaste q el pueblo n el q no hay a quien irle, si a los nuevos ricos o a los viejos pobres, q le roban a la gente normal... q padre q t hayas animado a escribir esta anécdota, xq como dices, si no la haces rolar, en unos años ya se te olvidó y fue otra tarde de domingo q nunk viviste. Weno, t dejo xq tengo muxa tarea y además quiero seguir viendo tu blog. Tc, bye bye.

Anónimo dijo...

Prof....jeje; pues he de decir que realmente tienes razon por lo que dices, màs sobre los coches jeje, pero he de pedirte un favor .... ¿Podrìas cambiar la partes de los Mini Coopers por Beetles ?? jeje, bueno lo que pasa es que de alguna manera me llegò tu pedrada, porque mi padre me obsequò uno de esos simpàticos Minis....y de hecho solo una sola vez en mi vida lo he llevado a un antro...y fuè porque era el dìa Tec; si no no lo hubiera hecho; porque en realidad ese ambiente no me llama tanto la atenciòn....esa campetencia por ver a quien dejan pasar primero por traer la mejor camisa color rosa...o el mejor auto que consiguieron que el abuelo del hermano del primo del jefe de su papà les prestara, o a ver quienes traen las mejores "chiquitas" se me hace bastante vanal...ademàs de la sumamente patètica campetencia entre los fresas de tradiciòn y los gatos wannabe fresa....mmm bastantes caracterìsticos de Toluca y sus alrededores por cierto....creo que siempre es mejor hacer planes propios, màs exclusivos, donde solo estèn personas que uno conozca y no ir a exhibirse por ahì comprando la botalla màs barata del antro entre 15 gûeyes y pagando con billetes de 20 y vales de despensa .....

Leonardo Joaquìn Bravo Villanueva
"1104196" jajaja