lunes, marzo 12, 2007

Objetos

Desde el año pasado traíamos la loca idea de hacer alguna remodelación en la casa. Todo comenzó con ideas sencillas: pintar un poco por aquí, cambiar este mueble de lugar, tirar todas esas porquerías que están en la alacena… -¡¿Qué?!- Increpó mi madre, -¡¿Tirar todas mis cosas que están en la alacena?! ¡Entonces también vamos a tirar todos tus libros que tienes allá amontonados en el baño del cuarto de servicio! -¡Momento!- dije, -Mis libros si que son útiles. -¡Cuál útiles ni que la fregada!- responde con ira mi madre, para luego añadir: -¡Esos libros ni los lees, nomás están ahí haciendo bulto. Yo me defiendo, y alego que ni modo que me ponga a leer todos a la vez, o que en cuanto termine de leer uno, lo tire a la basura. Mi hermana entró a la discusión sugiriendo que cada quien hiciera un esfuerzo y se deshiciera de todo aquello que no utilizara. Mal hizo en meterse. Mi madre y yo nos unimos y a coro le gritamos que si estaba muy dispuesta a opinar, pues que entonces se deshiciera de toda la fauna de peluche que está sobre su cama, esa que su novio tiene a muy mal ir incrementando en número y espacio. -¡Ah no!, se defiende la hermana; ¡Esos me los regaló mi gordito!
La discusión también alcanzó a mi hermano, a quien todo mundo le recriminó su colección de discos de software pirata que tiene regados por todo el estudio. Mas los calcetines que fungen como inútil guardapolvo debajo de su cama. Y qué decir de sus sandalias, esas que nunca se pone, que las deja a media recámara, y que en la noche, cuando a oscuras me paro a orinar, y que las piso, y que me hacen perder el equilibrio y casi romperme la jeta, que se rebautizan como las “¡pinches chanclas!”. Pero mi hermano también se defiende, y me acusa de tener revistas por todas partes, y a mi madre por su colección de papeles de la iglesia, y a mi hermana por “acalzonarse” los DVD’s en su cuarto.
Luego a mi padre se le ocurre intervenir, y decir que todos tenemos la casa hecha un “maldito mugrero”. Entonces se arma la coalición, y nos vamos duro contra él, -¿Y qué nos dices de tus cajas de libros que están debajo del escritorio? ¿Eh? ¡Ni las patas podemos tener estiradas cuando nos sentamos ahí! Y le decimos que entonces habrá de vender su camionetota vieja que tiene ahí afuera y que nunca usa.
Total que se arma la campal de verbos e improperios. Llegaron las bravatas, las cuasimentadas, el hacerse todos los ofendidos, e inmediatamente después, los remordimientos, los “chale, si, te lo dije re feo”, los “yo cuando me he metido con tus cosas”, para concluir en el “¡Bueno ya, todo mundo pone de su parte!”
Y así se hizo. A lo largo de los años uno se va llenando de objetos sin ni siquiera darse cuenta. Se guardan por miles de razones: por no saber qué hacer con el objeto una vez que se tiene en la mano, o por pensar que tarde o temprano nos será útil, o sentir que la presencia del objeto sustituye la ausencia de alguien, o creer que las cosas son atajos a la memoria, pistas para no perderse en el olvido. Nos da pena tirar las cosas porque sentimos que tiramos algo de nosotros mismos. Como si las cosas en verdad sintieran el desprendimiento. Pareciera que los objetos son la constancia de nuestro divagar, flujo constante de nuestras historias. Los necesitamos, a los objetos. Ellos nos llevan ventaja porque de nada les servimos. Si no los encendemos, pateamos, sobamos, limpiamos, les viene igual. Nosotros creemos que están, mientras ellos ni cuenta se han dado.
Así que ahí tengo mi guitarra que no suena, y mi pluma que por sí misma no escribe ni media letra, y mi gran colección de discos que no se pueden tocar solitos. Tenemos teles y radios, camas, colchones, chamarras, panes duros, llantas viejas, pedazos de leña, polvo sobre una lavadora, botes vacíos, botes con algo dentro, un reloj en mi muñeca que es más viejo que yo. El hombre hace objetos que hacen al hombre. Nadamos entre objetos como si se tratase de los días y las horas.
Por eso, en mi familia hemos decidido sentarnos a observar nuestros objetos, a pensar por qué demonios ese horrible trofeo lleva años sobre la cómoda, del porqué nadie quiere que esas fotos en las que mis hermanos y yo éramos niños se muden a otra parte. Los objetos nos ayudan a pensar en un mundo primitivo en el cuál no hacían falta los objetos para que alguien se pusiera a pensar.

El encuentro

I

¿Qué haces en la chamba a estas horas?- le pregunté a Carlo. Él comía una ensalada de manzana, yo me preparaba para irme a mi clase de japonés. ¿Japonés?- me preguntó intrigado, -¿Quién te da clases de japonés? Dos preguntas al hilo y sus respectivas respuestas. -Sí, japonés, me las da un cuate que tengo- le digo, -(las clases)- le aclaro. Se ríe y después me dice -¿Y tu profe es japonés? -Pues más o menos, digamos que es mexi-japo, habla los dos idiomas desde morrito.- es mi respuesta -¿Y ti puero acompaniar?- Carlo lanzó esta pregunta con ojos de suplica. -¡Claro broder, no veo por qué no! ¡Ah, no manches!- me dice; -¡Deja apago toro y nos vamos ¿no?! Lo dejo hacer.
Carlo es gabacho y además es profesor de japonés. Vive en Toluca, tiene una banda de rock y habla muy bien español. Según confiesa este amigo mío, lleva año y medio sin hablar japonés “así chingón, ¿sabes? con japoneses de a de veras”. Le dije que pues no sé bien qué tan japonés es mi cuate, pero eso si, es bien meshica, me consta su pasión por el albur, la fiesta y las garnachas post-borrachera.
Mandé un mensaje al celular de mi profe: “Carnal, hoy llevaré a alguien que te quiere conocer”. Mi profe me responde: “Que sea vieja y que esté buena, si no no”. Llegamos a la escuela de idiomas. Carlo estaba francamente impaciente, creo que hasta emocionado. Esperamos afuera del salón hasta que finalmente se acercó Masa, mi profe, mi amigo. -Carnal, él es quien te quería conocer. Como verás, ni es vieja ni está buena pero la sorpresa te agradará. Masa no dijo mucho, se presentó muy formalmente y en eso mi amigo Carlo se arranca hablando japonés. Konbanwa watashiwa hai genki desu, ooooooo, yo nomás los miraba. Se desata el lavadero nipón. Masa pelaba bien grandes los ojos, Carlo ponía cara de buscar las palabras correctas. Alrededor se plantaron dos o tres espectadores medio asombrados de escuchar una conversación en verdadero japonés dentro de este refundido pueblo. Uno de ellos, gordito, tenía la boca francamente bien abierta.
Moshi moshi tanuki nan sai deska, cuando Masa me voltea a ver y me reclama -¿Por qué no me habías dicho nada cabrón? Pongo cara de tonto, no sé qué decir. Carlo también me encara y me dice -¡Sí, pinche güey, porqué no digas nara? El acento del gringo diciendo “pinche” me da risa. -¡Oh, perdón perdón! Pero Masa arremete diciendo: -¡Este güey dice que lleva año y medio en Toluca, y en todo ese tiempo te he visto pinche mil veces, ¿por qué no me habías dicho nada?! Me defendí diciendo –Pus ya te lo traje ¿no?, ya qué me la armas de tos.
Pasamos todos al salón. Masa le pidió a Carlo que se presentara con la raza, -Konbanwa Minasan, Watashi wa Carlo desu, y un montón de cosas más. Algunas chicas lo miraban con admiración, pues este gringo es alto, de ojo claro. Dicen que se parece “al que sale en ‘La Momia’”. Noté que Masa, mi profe, mi amigo, también estaba emocionado. Nos puso a hacer diez oraciones bien perras, -¡órenle, a trabajar!, y se puso a platicar con Carlo, en japonés. Mientras hacía mis oraciones, traía al lado un bonito soundtrack de ooooooooooo, arigatou doita shimashite. Luego los dos se reían y enseguida me miraban, -¿Se están riendo de mi cabrones?- los reté, y Masa me decía: –¡Baa! Y Carlo se reía. -¿Qué quiere decir “baa”?- les pregunto. Carlo me dice: -Quiere decir buey. Les hago caracolitos con la mano, -¡pa’ los dos! Se vuelven a reír y siguen platicando.
Minasan (en español: la gente, la raza, pues), comienza a terminar su ejercicio. Van con Masa para que se los revise. Cuando se acumula más de una persona para que Masa cheque si sus oraciones están bien o mal, éste les dice que se las muestren a Carlo. El gringo comienza a revisar los ejercicios con la cara de placer que tiene aquél que se acaba de meter en un jacuzzi bien calientito, con una copa de champagne en la mano. Curiosamente, las chicas se saltan la aduana “Masa” y se van directo a que Carlo les revise sus oraciones.
Termina la sesión, el gringo-japo y el mexi-japo intercambian números de celular, correos electrónicos, y la promesa de verse pronto y seguir cotorreando. Nos despedimos. Carlo me pregunta que si tengo hambre, que tiene ganas de una chela. ¡Vámos!- le digo, -Conozco un lugar aquí cerca.
Le caímos a las Palmas del Sur, un restaurante de tacos al carbón. Carlo seguía muy contento por su encuentro con Masa. –No sabes cómo me hizo recordar este cuate tantas… too many things, you know?- me dice, con cara de nostalgia. Pedimos medio kilo de fajitas de pollo, una cheve cada uno, y nos enfrascamos en uno de esos temas de los que casi no hablamos los hombres: mujeres. Pensé que luego pagaríamos la cuenta, chau chau, ahí te vez, que descanses, con cuidado, etc. Pero no conté con que mi celular vibraría. La noche apenas había comenzado.

II

-¡Hasta que contestas cabrón!- decía la voz detrás del auricular. Era Masa, mi profe, mi amigo, que por todo reclama. -¿Qué pasó güey?- le digo. ¿Por qué no se vienen a mi depa y cotorreamos?- me sugiere. –Pues es que ya estamos cenando carnal- le explico. Masa resuelve: -Pues que se los envuelvan para llevar, se lo traen, pasen por unas chelas, yo te pago aquí. Me gusta el plan. Colgamos. Le cuento a Carlo la idea, -¡Oh, sí, yo quiero… me parece… I think it’s a good idea man!- exclama.
El medio kilo de fajitas nos lo llevamos… pero puesto, no quedó nada en el plato. Le pido que me siga. Nunca he ido al departamento de mi sensei pero sé cómo llegar. Primero, la obligada escala, un six de Indios bien heladas y una bolsa de papitas. Las chicas del Oxxo no le quitan la mirada a Carlo, como si lo conocieran, o lo hubiesen visto en una película, “La Momia” tal vez. Que ¿Cuánto es? No pues que 64 pesos, No carnal yo pago, Aquí tiene, Recibo 100, 36 cambios. Mientras la chica guarda las cheves en una bolsa me pregunto porque al cambio que te dan en una tienda a veces lo dicen en plural: “Cambios”
Vamos por la ciudad, vuelta a la derecha en Colón, izquierda en Las Torres, Carlo sigue mi cochecito rojo en su troca verde con placas de Texas. Nos sumergimos en el nebuloso mundo de la Jiménez Gallardo, pinches focos de la calle, pa que los ponen si no los prenden, “En el ISSSTE te das vuelta a la izquierda” me había explicado Masa alguna vez. Ya está, la vuelta, al fondo los edificios, casi llegamos, oiga poli el edificio 13, no pues que al fondo a la izquierda, ahí búsquele el numerito, chido, gracias.
La estacionada, no veo el número 13, -ahí está güey- me dice Carlo. Ya lo vi. No me acuerdo: depa 412 o 402. Creo que el 402. Nos metemos al edificio, subimos las escaleras y nos topamos con un muro que tiene dibujado un cerdito. Abajo dice “Marrana”, -¿Qué es marrana?- me pregunta Carlo, -Pig, le digo, -¿Y por qué lo escriben en el muro?- vuelve a preguntar; -No sé- le digo, -Tal vez así le dicen a Masa. Carlo, el gringo, mi amigo, se despedorra de la risa. Yo creo que el sensei nos escuchó, pues cuando llegamos al 402 se abrió la puerta justo antes del “noc noc, ¿quién es?”
-Welcome to my place- dice mi profe Masa, todavía con la mano en la manija de la puerta. –Ooooooooooo- escucho de Carlo, no se pudieron esperar ni tantito, empezaron a parlotear en japonés y no me quedó de otras más que buscar espacio en la mesa para poner las cheves. Ahí donde las puse ya había otros dos six de cerveza sol y como 4 bolsas de papitas y cacahuates.
Masa nos muestra el lugar, su cuarto y el de un amigo alemán que ahí vive pero que no estaba en ese momento. El anfitrión nos pregunta qué queremos escuchar. Yo le pregunto que si tiene a Dream Theater. -¡Claro que si!- dice, pelando sus ojitos rasgados. Pum, trarara, los tamborazos y guitarrazos, salud, chocan las botellas. Luego de un rato hice una propuesta ambivalente, que tenía mucho de positivo pero también de negativo: le digo a Masa que se ponga discos en japonés. Lo positivo es que por fin pude escuchar música de aquél lejano país. Lo malo es que a partir de ese momento me convertí en un mero observador de la tertulia.
Carlo sonrió con los primeros acordes que salieron de la Bocina. -Oh my god, I know that one! What’s the name of the guy? Masa se puso en pie y dijo algo que me sonó a Hashi Yiguchi, y enseguida movió su brazo como imitando a un guitarrista, sus ojos cerrados, haciendo tensión en el bíceps, y Carlo seguía la letra, hikyu yomi karikushi yo yo yo. Hablaron por horas, cantaron, rieron, y yo nomás mirando, con mi cheve calentándose en mi mano. De vez en cuando me acercaban los cacahuates o la bolsa de sabritones. Aun así, yo estaba contento, el show que daban era divertido.
Luego el Masa se me queda viendo, y cruza su mano derecha hacia la parte izquierda de su rostro, posando su mejilla en el dorso de la mano. Carlo explota en una carcajada y mi sensei también. -¡Ahora de qué chingaos se están riendo!- les digo, francamente divertido. –Esto, en Japón- me dice Masa, refiriéndose al gesto que acababa de hacer- quiere decir lo mismo que en México significa esto:- y hace la mímica de alguien que se está enterrando un puñal en el pecho. -¡Peeeeendejo!- Le grito.
-Cheers man- me dice Carlo. Salud pues. Me incorporan a su charla y el tema fue uno que a los hombres casi no nos gusta discutir: mujeres. El gringo, el japo y el meshica hablando de mujeres. Cuando se habla de ellas no importa el idioma, la nacionalidad, ni si tenemos maestrías o si somos contadores o ingenieros.
Las horas se llevaron con ellas nuestras energías, y nosotros nos llevamos puestas las cervezas a la calle, no sin antes darle un abrazo al sensei, que descanses, aquí tienen su casa, ¿por qué no nos habías dicho nada? Ahí afuera nos esperaba el asfalto frío, los semáforos que con sus colores brillantes indican algo que nadie ve a esas horas. Encuentros, factorías de nostalgia, noches superfluas que rellenan huecos del nomeolvido, personas que asisten a la cita del destino. Un encuentro es quizá una neurona que se enciende dentro del cerebro universal, y que raras veces continúa prendida.