sábado, enero 17, 2009

La marcha

en marzo pasado, se organizó en todo el país una marcha para protestar en contra de la violencia y la impunidad. A continuación relato brevemente parte de lo que se vivió en la protesta realizada en la ciudad de Toluca.

Nos bajamos del coche frente al panteón. El auto, con mi padre adentro, se alejó. Pero mi hermana y yo no vimos eso. Nos concentramos en la gente que se acercaba, casi todos vestidos de blanco, desde diversas direcciones. Convergíamos en el mismo sitio: el monumento a la bandera.
Un gorila inflable de tamaño descomunal sujetaba una manta del movimiento “Iluminemos México”. Hasta el momento no termino de comprender qué tiene que ver el gorila con lo que estoy a punto de narrar, pero al menos, llamaba la atención.
Habíamos bastantes cientos de personas esperando el momento de iniciar la gran marcha en contra de la inseguridad y la impunidad. Lo primero que noté fue la formación en distintos contingentes. Sobresalían aquéllos conformados por familias que tenían algún reclamo en particular: habían sido directamente víctimas de secuestro, y todas ellas con resultado fatal. Estaba, por ejemplo, la familia de Pablo, quien fue privado de su libertad, y después de su vida. Su familia entera fue a su vez privada de su tranquilidad; de una porción enorme de su vida, su alegría.
Otra familia, enorme, desde los niñitos hasta los abuelos, llevaban todos una playera con la foto estampada de una chica, joven, sonriente, que fue plagiada y a quien aun se tiene la esperanza de recuperar.
Vi a mucha gente conocida, desde maestros hasta ex alumnos, vecinos, viejos amigos, etc. Comenzó la caminata por la avenida Hidalgo, a paso lento, en casi absoluto silencio. Se escuchaba muchísimo el rumor de la gente que comentaba los pormenores de algún atraco, secuestro; que me pusieron la pistola en la cabeza, que lo bajaron a patadas del carro, que entraron a su casa bien armados. Entendí que la gran mayoría de los ahí presentes habíamos sido víctimas alguna vez, directa o indirectamente, no sólo de la delincuencia, sino de la absoluta incapacidad de las autoridades por hacer algo.
Por fortuna, en mi familia sólo ha ocurrido que a mí me abrieran dos veces el coche para robar la llanta de refacción, a mi hermano le han robado dos estéreos, a mi padre el coche completito, etc. En verdad tenemos suerte, porque seguimos completos. Seguimos vivos. Me da tristeza pensar que en México tiene suerte el que sigue vivo.
Mi hermana tomaba fotos. Conforme avanzábamos, el contingente se engrosaba, salía gente de casi todas las calles por donde cruzábamos. Los cientos se hicieron miles. Calladitos. Vimos como desde algunas ventanas, familias se unían a la manifestación poniendo veladoras encendidas, queriendo alumbrar nuestro paso. La manifestación se detuvo y alguien con un grito pidió hiciéramos un minuto de silencio. No sé si fue coincidencia, pero esto pasó frente a una conocida funeraria.
Poco a poco nos acercamos al primer cuadro de la ciudad, ahí donde la calle se vuelve más estrecha. Comenzamos a sentirnos apretados. Me encontré a más gente conocida, en particular a unos amigos que habían perdido a su padre semanas atrás, víctima de un atraco. Es inevitable dejar de reflexionar en la cantidad tan enorme de gente que ha hecho de la criminalidad algo natural en sus vidas. Pensé en amigos que han sido baleados, apuñalados, humillados. Pensé en las veces en que le pedí auxilio a cualquier policía y éstos no hicieron absolutamente nada. Pensé en el desfile de patrullas del municipio de Metepec que pasan frente a mi casa todos los días a las 9 de la noche, haciendo escándalos con sus estúpidas sirenas. ¿A quién carajos pretenden engañar?
Avanzamos por la parte de la Avenida Hidalgo que es rodeada por los Portales. Muchísima gente se apostó en las aceras para vernos pasar. Mi hermana y yo notamos algo que me parece importante señalar: existía una clara diferencia de clases sociales, entre los que marchamos y los que estaban parados mirando. Sobre este punto muchísima gente me podrá discutir, pero no puedo negar lo que vi; los que estábamos en la calle éramos, en inmensa mayoría, clase media para arriba. Recordé una charla con amigos en la que se decía que toda esta protesta, esta repentina efervescencia y hartazgo quizás no se hubieran dado si el joven Fernando Martí hubiera sido un hijo de carpintero o vendedor de frutas de La Merced. La gente con dinero puede protestar y asustar (realmente asustar) al gobierno, diciendo “si no pueden, renuncien”. La gente que no tiene dinero lleva años gritando, suplicando que se les devuelva el país que perdieron, y por lo visto, siguen sin ser escuchados.
Todo eso pensé cuando dimos vuelta en la calle de Bravo y nos enfilamos hacia la plaza cívica de la ciudad. Una última parada. Alguien me tocó el hombro; más conocidos. Estaba rodeado de mucha gente que había visto una o cientos de veces.
La marcha llegó al zócalo de Toluca. Esperamos varios minutos a que todo el contingente se aglutinara. La plancha del centro se pintó de blanco. Salieron decenas de banderas de México. Se pidieron tres minutos de silencio. Ratito más tarde se pidieron otros tres. Una voz pidió con un grito que encendiéramos nuestras veladoras, aquéllas que cargamos todo el camino, aquéllas blancas que todos compraron o le robaron a sus mamás de sus altares. Las encendimos y procedimos a cantar el himno nacional. Alguien de manera espontánea gritó “¡Ya basta!” De inmediato todo el mundo se soltó a gritar. No tardó mucho para que se organizara un grito uniforme: “queremos paz”, o “no a la corrupción, no a la impunidad”. Los siguientes veinte minutos fueron de exigencia abierta, de clamores que llevaban mucho tiempo ahí guardados. No faltó la gente a la que se le olvidó para qué fue a la marcha y se puso a gritar: “¡Peña Nieto, no serás presidente!” No faltaron los que siguen viviendo en los setentas del siglo XX, gritando: “¡El pueblo unido jamás será vencido!”. Tampoco faltaron los que crecieron con los ánimos frustrados, pegando el fracasado grito de “¡Sí se puede!”
Se hizo de noche y las veladoras iluminaron la plaza cívica. Mi hermana y yo fuimos a dejar la nuestra a las puertas del palacio. Más fotografías, más gritos. Nos despedimos de los conocidos y nos alejamos del sitio, reflexivos, tratando de entender lo que había pasado, lo que nos condujo hasta ahí, a nosotros como hermanos, a todos como ciudadanos de un país que no terminamos de conocer, de comprender, porque está lleno de contradicciones, discrepancias a veces ridículas, a veces absolutamente irreconciliables. ¿Nos han robado México, o simplemente es un país que nunca ha existido? ¿Se lo llevó la delincuencia, o más bien los criminales han caído como animales de rapiña a quitarnos todo lo que la ignominia nos dejó?

martes, enero 13, 2009

FRAGUATTASCOPIO + MONTECALVO - Breve Temporada


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