…las palabras nos enseñan
lo que nunca aprenderemos
Fito Páez
lo que nunca aprenderemos
Fito Páez
Llevo horas sentado frente al ordenador. Estoy seguro que he escrito miles de palabras. De todas ellas, son más las que he borrado que aquéllas que siguen en una hoja blanca virtual. En ese sentido, los humanos somos todos la palabra de Dios escrita sobre una hoja que alguna vez fue blanca y estuvo limpia. Algunos permanecemos en ella. La inmensa mayoría han sido borrados ya. Los que aquí seguimos corremos vertiginosamente por la piel de papel hacia algún destino incierto.
La palabra arrojada al estanque como piedra que genera ondas. La palabra como ficha de dominó que empuja a otras hacia una inevitable caída que genera un caminito sórdido y sinuoso. La palabra como cuentas de rosario, un Ave María que se reza una sola vez y que jamás volverá a ser pronunciada. La palabra como flor que ocupa un sitio en el espacio. La palabra como un vaso que contiene agua, un cuerpo que alberga vida, una roca en el desierto que no vive, ni respira, ni piensa ni se queja. La palabra está, aunque nadie la mencione. Compone un paisaje en el desierto aunque no haya nadie que lo mire. La palabra que abre y cierra puertas, permite que el viento entre por la ventana y remueva los papeles, las sábanas, las incertidumbres. La palabra requiere de muchas horas de cocción, masticarla suavemente por los siglos de los siglos, desplumarla con presteza y lentitud, y ni aún así logramos comprenderla.
La palabra significa tantas cosas como tantos labios la pronuncien. La palabra labra surcos, entierra vivos, condena a los desprotegidos. Alivia, enternece, humilla. Las palabras aglutinan. Nos convencen. Forman argumentos para dejarnos indefensos. Las palabras se forman de letras, pero antes fueron compuestas por sonidos. La palabra es música, ruido. La palabra …silencio. Las p a l a b r a s nos dan la sensación de espacio. Hay palabras grandes, palabras pequeñas. Palabras sabias, palabrotas. Las palabras y los hombres, escritos con tintas de colores, quizás por simple apreciación estética o por escasez de recursos.
Hay palabras como Dios, que para todos se escribe igual, suena igual, se pronuncia para señalar la misma cosa, vive en el mismo lugar y ha recitado el mismo discurso eternamente. Pero nadie se queda conforme. Todos la quieren escribir. El de aquí apunta Dios en una hoja. El de allá apunta Dios también, al lado de la otra palabra Dios. Dios Dios. Nadie se queda conforme, nadie soporta leer la misma palabra repetida, y mucho menos consecutivamente, en la misma hoja y en el mismo renglón. Una de las dos debe morir. Borramos una. Ahora dice simplemente Dios. De todas formas, nadie quedó conforme. Tenemos la palabra Dios desperdigada por todo el párrafo. Incluso si borramos todas las palabras Dios, esta hoja quedaría al borde de la muerte a causa de tantos borrones.
A pesar de todo, hay palabras que nada dicen, que nada enseñan, que son como un alarido en un espacio donde no hay aire que transmita sus ondas. Hay palabras que no debí escribir. Hay otras que no supe escribir. Hay palabras que no encuentro, que se me perdieron, que me las robaron. Hay infinidad de palabras que no conozco, que nunca usaré, que no me enseñarán ni explicarán nada. Hay cientos de miles de millones de palabras escritas en libros que nunca leeré, en labios de gente que no conocí, que ya fueron borrados de ésta hoja. Hay palabras en la boca de un hijo que todavía no tengo. Palabras dichas por la lengua de un abuelo mucho tiempo antes de que yo fuera escrito. Nazco con cada palabra aunque no las respire, ni las huela, ni las toque. Escribo para nacer. No nací en el DF, ni en Toluca. Nací en una hoja de papel que alguna vez estuvo blanca y limpia.