jueves, diciembre 07, 2006

Región Sin Dónde

Aeropuerto de Monterrey. Espero que la banda maletera se ponga en movimiento. Los pasajeros del avión nos apretujamos todos para ver si pasa nuestro equipaje, y luego, a base de corteses empujones, abrir un hueco para rescatar la maleta de la banda y ponerla en tierra firme.
Una chica y yo intercambiamos miradas. ¿Cómo le hago para mirar esa belleza sin que piense que me la quiero ligar? Tengo dos opciones: la miro, y si me cacha me volteo para otro lado y me hago bien güey; la otra opción es no mirarla. No la miro, no la miro, y… la curiosidad me hace voltear a verla. Ella me está mirando. Pienso para mis adentros: “¡ya güey, no guts no glory!”. Me decido a comentarle algo. Pero cuando estoy a punto de apostarme a su lado, entre ella y yo se planta un joven ejecutivo de lentes y acento extranjero y le empieza a hacer la charla. ¡Vale madre! Bueno, al cabo que ni quería. Dejo de verlos. Se nota a leguas que el tipo se la quiere ligar. Pasa por la banda un maletón monumental y la chica dice “Esa es la mía” y el tipo le dice “Te la paso” y casi se va de espaldas con todo y equipaje (a mí me hubiera pasado lo mismo, seguro). Logra ponerla en el suelo y le hace algún chiste que a ella no le produce gracia. Luego él le pregunta si sabe dónde tomar un taxi. Ella no sabe. Yo tampoco sé, pero me meto en su conversación y les digo “pues aquí los tomas afuera carnal”. Me arriesgo un poco y digo “¿Alguno de ustedes va pa’l centro? Podemos compartir el costo, aquí está bien caro” El tipo me dice que no, que gracias. La chica me mira de frente a los ojos y me pongo nervioso, chiquita no me mires así. Decide que no, va para otro lado, pero que gracias. Chale, ni modo.
Sale mi maletita. Me cuestiono el porqué tuve que documentar esa cosa cuando nomás traía un par de playeras, calzones y libros. El taxi me sale en una fortuna, canija morrita, nos hubiera salido más vara y además seguro me enteraba al menos de tu nombre.
Se llama Omar o Pedro el taxista que me llevó al centro. Me preguntó que a qué me dedicaba y le dije que soy profesor y escritor. Me dijo “no mames, estás muy morrito pa las dos cosas”. “Ja” le digo sin ímpetu. Le digo que doy clases de política internacional. Me pregunta luego, dado que estoy “metido en la pinche política”, cuál es mi opinión sobre el Peje. Tan pronto terminó la pregunta comenzó él mismo a responderse. Me puse socrático, a mirarle los ojos que el retrovisor me devolvía, a rascarme la barba como si estuviera asimilando cada una de sus palabras. Total que no me dejó decir nada y él mencionó exactamente lo mismo que un montón de gente piensa, “¡que ya deben parar a ese cabrón!”
Me tiró en la Casa de Cultura, en la Avenida Colón. Mi amigo Arcadio Leos me había invitado a la presentación de un libro de poemas. Me convenció con el argumento de que habría escritores, café y galletitas. Me meto al lugar y pregunto que dónde será el evento. Un poli me dice que ahí mismo, que me siente, que al rato empieza. Me siento, con mi maletita de un lado y mi compu del otro. No había nadie más que yo y tres viejitos. Diez minutos después había 15 viejitos. Cuando la cifra de ancianos llegó más o menos a los 40 le mandé un mensaje a mi amigo Arcadio que decía más o menos así: “Carnal, ya llegué y aparte de mí hay puro pinchi viejito, y ninguno tiene la facha de escritor. ¿Estás seguro que es aquí?” La respuesta de mi amigo Arcadio decía “Ja ja ja”.
Minutos después escucho a una señora preguntar que si ahí era la presentación de un libro. El poli que me tuvo ahí sentado media hora le dice que no, que la presentación era en otro edificio, en el piso de arriba, que ahí iba a tocar un grupo de tangos. Me levanto y le digo al poli “¡Qué pasó, a mi me dijo que el evento era aquí!” Se ríe, saca la lengua y la prensa con los dientes, se ajusta la gorra, se frota la barriga, todo esto como preparación para decirme “No, es allá”.
Llego a donde parece que será la presentación, a juzgar por las dos cafeteras puestas sobre una mesa. Me recibe una mujer bajita y robusta y se presenta como María Belmonte. Ramón Santillana Muchogusto. Me pregunta por qué ando cargando maleta. Le digo que vengo llegando, de Toluca. “¡Ah sí, Toluca, de ahí son los de Puerquerama!” me dice entusiasmada. “Sí, los de Puerquerama” digo yo. “¿Qué si los conozco? Pues tantito, algunas viejas anécdotas juntos, etc.”
Aparece un tipo, como ninja, no lo vi llegar, tiene tres libros en la mano y me pregunta mi nombre. Le digo Ramón Santillana Paraservirle. Abre uno de los libros, apunta mi nombre, la fecha, el lugar, y pone alguna frase medio poética. Me da el libro y las gracias. Intercambia algún chiste local con María la bajita y se va. “Chale” le digo a María, “¿Y este qué?” Me contesta: “¿Cómo que y qué? ¡Es Hugo Valdés, uno de los grandes escritores de Monterrey!” Se me sale un “Ah”. Encojo los hombros.
Aparece por la escalera mi amigo Arcadio con un trajecito azul claro muy estilo campechano, o yucateco, sepa la madre. Nos damos un gran abrazo, desde Tijuana que no nos vemos. Me presenta a un hombre, bajito, moreno, cuarentón. Es Margarito, el poeta.
Atrasito llegó Uberto Stabile con un paquete de libros. Todos eran ejemplares de “Región sin dónde”, una antología de poetas neoleoneses. María nos invita a todos a la sala, empezará la presentación del libro, me sirvo un café en vasito de unicel.


Margarito, el poeta, va leyendo palabras al micrófono mientras le doy traguitos a mi café. A mi lado está el buen Arcadio, le comento que el café está bueno, aromático, que voy por otro.
Abandono la sala y el sonido del café que llena mi vaso se confunde con la voz de Margarito. “¡Mocos!”, pienso, me acordé que mi otro amigo, Daniel Varela, me iba a recoger ahí en la casa de cultura. Voy con Arcadio, “Manito, ahora vengo, voy abajo, a ver si ya llegó un cuate al que quedé de ver aquí”.
Bajo las escaleras y al pie de las mismas hay un tipo gordo, cachetón, bizco y una sonrisa que parece haberla tenido ahí puesta desde que nació. Al verme pasar me dice “¡Qué onda, ¿Cómo estas?!” Me detengo y lo observo. A este bato no lo conozco. Pero él me agarra de los hombros y me dice “¡Qué gusto verte!” No sé a cuál ojo mirarle, me sacude ligeramente y tira tantito café que llevo cargando en la mano. Solo se me ocurre preguntarle “¿Vienes a la presentación verdad?”. Me dice que sí. Le indico que es arriba, que se apure, ya empezó, que hay café pero no han puesto las galletitas, que ahorita lo veo.
Salgo del edificio y camino hacia la calle. Paso a un lado del salón donde originalmente me senté. Veo puras cabecitas blancas que aplauden a tres muchachos que justo han terminado la ejecución de un tango. El Poli de hace rato está parado en la banqueta, con los dedos pulgares metidos por debajo del cinturón, en un aparente estado de alerta. Se balancea con los pies, apoyando todo su peso primero en los talones y luego en las puntas, sin parar, una y otra vez. “Oiga Poli”, le digo, “¿No ha visto usted a un chico alto, güerito, con cara como de estar buscando a alguien?”. Me contesta que no, que nomás está cuidando coches, porque luego vienen bándalos y se chingan los espejos, los limpia parabrisas, y que pues le echan la culpa a la Casa de Cultura. “Ya ya ya”, le digo. “Oiga Poli”, le vuelvo a decir, “Si viene un chico alto y güerito con cara como de buscar a alguien, pregúntele si se llama Daniel. Si es él, mándelo al edificio de allá atrás, no sea malito, y no me lo meta aquí con los viejitos”. El Poli saca la lengua, la prensa con sus dientes, se ríe y me dice “Órale güero, no hay pedo, yo se lo mando”. Zas, trato hecho.
Bien podría yo esperar ahí a que llegara mi amigo, pero ya me he perdido bastante del discurso del poeta Margarito, se supone que a eso fui. Subí y entré de nuevo a la sala. Margarito había callado. Ahora estaba hablando una chica que se llama Rocío, quien al parecer tuvo mucho que ver en la publicación del libro que esa noche se presentaba. “¿Qué onda con tu cuate?” Me dice Arcadio; “No pus no llega” le digo.
Ahora Uberto Stabile toma el mando del micrófono, y comienza a narrar las peripecias que lo llevaron a publicar ese libro. Al parecer, llevaba ya varios meses de haber salido en España y apenas ese día era su estreno en México. No quiso hablar mucho, y más bien cedió la palabra para que los poetas que estuvieran presentes, cuyos textos habían sido incluidos, pasaran y leyeran algo de su obra.
Zas, el Margarito adopta la actitud de “yo voy primero” y se lanza recitando versos. Aplausos. Distinguí entre la concurrencia a mi nuevo amigo, el gordo bizco, ¡Qué aplausos daba chinga! Luego pasa la señora Nomeacuerdo, un poema, ¡aplausos!, otro poema, ¡más aplausos!, “No venía preparada, pero les leo otro más”. ¡Ingue su… otro más! Se abre la puerta y se asoma la cabeza de mi amigo Daniel Varela. Qué gusto verlo, mas de un año sin saber nada de nada, y de pronto asoma su cabeza por la puerta. Voy a saludarlo antes de que entre al salón, el abrazo, “¿Qué haciendo viejo? ¿El Poli te dijo o llegaste aquí solito?” le digo. “Me explicó el Poli, uno gordito, ¿Y esas greñas?” Me dice mirando los chinos que tengo en la cabeza. Me río y no contesto. Lo invito a pasar y a que se siente, “Están leyendo poemas estos batos, a ti que te gusta tanto, a ver qué opinas” “Órale órale” me dice.
Nos sentamos y en ese momento está recitando una chica un poema. No entendemos nada, suena así como “i anhor, as fores e gardin tan istes po u arhida” Varela me echa una mirada llena de extrañeza, diciendo muchas cosas con su expresión, diciendo “¿no mames que está gangosa ésta mujer, a poco a esto me trajiste, acaso tu le entiendes?” Me encojo de hombros. Daniel se cruza de brazos y se queda mirando al suelo, como queriendo poner toda la atención posible a lo que dice la poeta gangosa. Cuando esta termina el público estalla en un aplauso. El bizco hasta se puso de pie, ¿neta le habrá entendido?
Margarito vuelve a tomar el micrófono, y nos invita a todos a pasar a la sala de al lado, “a tomar café y galletitas y mirar los libros”. Veo que Uberto Stabile sigue la misma dinámica que el escritor de hace rato: Le pregunta su nombre a alguien, luego lo apunta en el libro, agrega una frase, y se lo da a la persona en cuestión. La única variante es que hay que darle 100 pesos a cambio de su gesto. Si la chica del aeropuerto hubiese compartido taxi conmigo, además de conocer su nombre y quizá algunos otros detalles, tendría esos 100 pesos para comprar el libro, buscar los poemas de la gangosa y ahora si entenderles.
Presento a Daniel con la raza. Intercambiamos cualquier comentario frío como para romper el hielo. Él y Arcadio se ponen a platicar de poetas y otras cosas, y yo estoy cotorreando con una morrita que se llama Susana, coqueta, que dice ser asistente de Margarito. Trabajan en algún órgano de difusión cultural del Estado de Nuevo Léon. María Belmonte, la bajita, me presenta ante varios como “el escritor que vino de Toluca”. “Chale”, le digo, “suena como a La mujer que nació para cantar, o La música que llegó para quedarse.”
Varela me pide que nos vayamos, que tiene hambre y que se está haciendo tarde. Orales, nos vamos pues. Me despido. Arcadio y Margarito me dicen que al otro día este último presentará otro libro de poemas, que estoy invitado. Sale, gracias. El bizco me da un abrazo, también María. Susana no solo eso, sino que me hace memorizar su correo electrónico. Salimos de la Casa de Cultura hacia la calle, la noche, las luces del centro de la Región sin Dónde.