sábado, septiembre 01, 2007

Viaje al Chilango

Levántate temprano. Tárdate unos quince minutos en agarrar la onda, en darte cuenta de que el reloj avanza despiadadamente y no te pregunta qué fue lo que soñaste, qué te tiene tan atarugado. Métete a la regadera, al primer chisguetito de agua helada que te hace mentar madres, al jabón con toda su espuma y aroma de hierbas. Salte, vístete, escoge un pantalón que haga juego con tu camisa, tu saquito gris estilo “profe”. Son las ocho y deberías estar tomando el autobús rumbo al chilango. Pero no, lo que tomas es esa tacita de café. Estás de retraso güey, pues. Apúrate, que tu carnal, quien te va a echar un raite, ya te está esperando dentro del coche con el motor encendido.
Cómprate el boletito, súbete al camión de “palomita”, hazte bolas con el cambio ahora que traes las manos llenas de tu saquito y una carpeta y el pedazo de boleto que te devolvió el chofer. Escógete un lugar, uno en donde no vayas al lado de nadie. Pégate a la ventana. Mira la pantalla en donde están pasando una película de un veterinario imbécil que se hace pasar por agente del FBI. Es la segunda vez que la miras, y la primera no te dio gracia. Ésta tampoco, pero hay una actriz rubia que te agrada.
Échate una jeta. Despiértate y date cuenta que en el asiento de al lado tienes sentado a un muchacho que también se quedó jetón, con la cabeza echada hacia atrás y la bocota bien abierta. No hay tanto tráfico, pero te falta mucho para llegar a donde dijiste que llegarías a las 10. No vas a llegar a esa hora. Vas entrando a la Terminal. El camión aun no se detiene pero ya la gente está parada avanzando hacia la puerta. Pregúntate, ¿qué pinche prisa tienen? Estás seguro que la puerta no se abrirá antes, y que ahí no es válido bajarse así como tú te subiste hace rato, de palomita. Párate hasta que el autobús esté medio vacío. Ponte tu saquito gris estilo “profe”, agarra tu carpeta, saluda a la señora gorda que está del otro lado del pasillo y salte ya de ese maldito camión.
Avanza por el amplio pasillo. Nota cómo estás todo atarugado, sientes los ojos chiquitos y ahora piensa en la profunda güeva que estás sintiendo. Gózala, hazla tuya porque en cuanto llegues al metro no habrá tiempo para eso. Es más, desde antes, desde ahorita que tienes que atravesar esa explanada llena de vendedores, con cumbias a todo el volumen que da una chafísima grabadora china de una marca que nunca habías visto. Anda, aspira. Deja que te penetre el divino olor a cloaca, a charco que luego de meses despide aroma entre aceite, musgo, garnacha, miados y monedas de veinte centavos.
Cruza la calle y ahora métete a ese pasillo que forman los puestos de fayuca. Ahora pregúntate: ¿por qué huele a semen? Voltea a tu izquierda y mira esos grasientos tacos que se está empacando un gordito chaparro y moreno de cabellos necios. Observa las pilas y juguetes que imitan un Game Boy versión tenochca, las plumas y las ligas para el pelo, los walkmans y discmans y ipods de marcas irreconocibles. Déjate seducir por los tolditos de plástico rosa que hacen sombra en tu recorrido. Escucha esa música de punchis punchis. Vive como si ésta fuera la última vez de tu vida que recorres esos dos metros de pasillo. Sabes que no será así, pero no lo tienes que pensar.
Entra, por fin, al metro. Cruza el umbral que separa la “dimensión desconocida 1” para entrar a la “dimensión desconocida 2”. Anda, saca tu boleto del saquito gris estilo “profe”. Mete el boleto en la ranura y observa cómo la máquina no se lo quiere tragar. No puedes pasar. Intenta en la máquina de al lado. Ahora sí, ¿viste cómo se tragó tu boleto? Eso quiere decir que puedes darle la vuelta al torniquete. Empújalo con tu cadera, escucha el crujir de su mecanismo. Parece que te está diciendo “¡pásele a lo barrido, joven!”. ¿Ya viste cuánta gente? Te estoy diciendo que veas. Casi todos traen una mochila, un bolso de mano, o unas bolsas del supermercado. Imagínate que dentro llevan un suéter, dos tortas de jamón con queso y chiles jalapeños, o quizás la esperanza de obtener ese día un empleo, o el regalo que les dará a cambio un beso o un abrazo lleno de cariño. Mira tu propia mano, con esa carpeta negra. Tu llevas ahí la entereza de tus ilusiones. Date cuenta que aunque nadie te esté mirando, no estás solo.
Hazte para atrás, que ahí viene el metro y no te vaya a golpear cuando pase. Ya se detuvo. Ya se abrió la puerta. Trata de meterte. No empujes al viejito de adelante, es lento pero tiene derecho a tardarse lo que quiera. Tampoco seas tan tarugo, esa niña se te metió y no te diste cuenta. Suena una alarma, la puerta del vagón se está cerrando y tu aun tienes 150% de tu cuerpo afuera. Mejor sí empuja al pinche anciano lento, que al menos él si pueda entrar. ¿Vez? Ya se metió, se cerró la puerta y te está mirando feo. Pero le hiciste un favor. Te quedaste afuera. Otro tren en esta vida que se te está llendo.
¿Sentiste? Alguien te tocó el hombro. Voltea por favor y fíjate quien fue. No puedes creerlo, es tu amigo el Giovanni. Seguro que te pondrás a platicar con él y a mi me mandarás al diablo. Está bien, habla con él, yo después te seguiré construyendo. Solo te recuerdo que ya son las 10 y 10 y te falta mucho para llegar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que horror!!... me vinieron recuerdos... estoy casi segura de por donde andabas... que horror!!!

Lata dijo...

jajaja
viva chilangolandiaaaa