martes, septiembre 23, 2008

A ver qué pedo...

a Hugo Rodríguez

Tempranito. Domingo a las casi 7 de la mañana. Es mejor bañarse para no salir oliendo a mapache, racoon, chivo miado como dicen los viejos. Llegar a casa de Hugo, estar a punto de chiflarle pa que salga pero sale sin que le tenga que chiflar. Ya estaba esperando. Andaba inquieto el muchachón. Ese día corría su primer medio maratón y no había quien lo acompañara y yo, el Moncho, su compita le dice no te agüites amigo, que yo te acompaño, yo quiero ir a ver qué pedo.
Tanque lleno corazón tranquilo, pero la barriga mía seguía medio vacía y había que enfilar al De Efe, al chilango, a esa ciudad rara y oscura pero muy luminosa en algunas mañanas como la de ese domingo. Tan temprano ahí van los dos tolucos; uno a correr su primer medio maratón, y el otro, literalmente, nada más a ver “qué pedo”.
Deja el coche ahí en el banco mai. No, no pasa nada, es domingo. Que no te preocupes, ya lo he dejado ahí, no pasa nada. Sales. La avenida Reforma ya está cerrada y la caminamos Hugo, yo, y varia racita más. Siento nervioso a mi amigo y pienso “está nervioso este güey”. A esas horas el cerebro no carbura todavía. Soy de los pocos que no llevan ni tenis, ni pants, ni una playera que dice “XXVI maratón de la ciudad de México”. A la altura del Campo Marte vemos que se acerca una camioneta con un enorme cronómetro encima. Detrás de ella van tres negritos corriendo hechos un diablo. Son los tres punteros del maratón, el completito, el de los 42 kilómetros, que comenzó un ratote antes, cuando yo quizás todavía andaba en la regadera, en Toluca. Yo bien adormilado y aquéllos negritos a punto de arrancar su maratón. Yo en la carretera sintiendo el frío de la montaña colarse por mis pantalones, y esos negritos corriendo sus primeros kilómetros. Yo en Reforma preguntándome si estará bien ahí donde dejé mi coche, cuando esos negritos ya iban como en el kilómetro 30. Ya güey, dice Hugo, te digo que ahí está bien tu coche, que no hay pedo.
Museo de antropología. Atrasito de él está el arco que todos los corredores abran de cruzar al arranque de la carrera. Hay muchísima gente. Primero me clavo en ver a las chicas, con esas licras tan entalladas y flexibles que delinean gluteos, muslos, piernas y una que otra entrepierna. Me distrae un tipo altísimo como de dos metros. Luego toda una camada de ancianos con sus playeritas y su número de corredor en ellas, sus miles de canas en la cabeza, y arrugas. A Hugo ya le dieron ganas de miar. Sugiero un árbol, pero ya es tarde. Una voz retumba en la calle, rodeada de árboles (la calle, y supongo que también la voz). No recuerdo literalmente las palabras, pero decía algo así como que órenle, ya váyanse acomodando, por categorías, los chingones van primero, y entre más lentos se me ponen más atrás, órenle que ya vamos a arrancar. Luego decía cosas como viva la vida, o viva este estilo de vida, y que la juventud mexicana, y que la vida sana, y que adiós a los vicios, y que vino el mariachi a apoyarnos, y que cuidado con el globo gigante de telcel porque de ahí se dará el cañonazo, y que ya apúrensen re jijos, y que qué buenos patrocinadores tenemos, bla bla bla. El Hugo me da su sudadera, su mochilita, se pone vaselina en las chichis porque dice que después de un ratote le roza “bien culero”. Se pone en donde debe ir, o sea, no está entre los chingones, pero tampoco entre los lentisísimos.
La voz no para de chillar, que a la cuenta de 10, que órenle otra vez, listos, y 10, y 9, y los corredores alzan los brazos, y 8, y 7, y se sienten los aplausos, se dejan venir los gritos, y 6, y 5, y ay cabrón ya hasta yo me pongo nervioso, y 4 y 3, y le grito al Hugo, vamos amigo, tu puedes, y lo mismo gritan cientos de personas que estamos a los lados de los corredores, y 2, y 1, y puuuuungue-su-madre!, pinche cañonazo que hasta me asustó, y los corredores siguen gritando pero no avanzan. Y cómo van a avanzar si son un montón. Mientras los de hasta adelante van agarrando ritmo, a mi todavía me da tiempo de decirle al Hugo que en la meta lo espero, que ánimo, y ya se aceleran los corredores, y veo a mi amigo alejarse entres miles y miles de personas.
Así nomás, en cuestión de un minuto ya no había nadie más que nosotros los holgazanes que no corremos y nomás vamos a ver “qué pedo”. Lo que sigue es totalmente intrascendente: caminar hacia el metro, toparme con varios corredores que llegaron tarde, que vienen nerviosos diciendo “ya vez pendejo, ya empezó”, y “yo te dije que había que salir más temprano” y bla bla. Calorón en el metro casi vacío. Cambiar de trenes. Llegar a la estación Allende, acometer en ese irónico acto que uno llama “bajarse del metro” cuando en realidad lo que haces es subir como 100 metros hasta que por fin la nariz recibe una dosis de aire fresco.
Para hacer tiempo decido visitar el museo del Estanquillo. Está cerrado, lo abren hasta las diez y faltan como 15 minutos. Buscar café. Encontrar un seven ileven sobre la calle Madero, comprarme el capuchino más asqueroso que he bebido en mi vida, y acompañarlo con una dona que no tiene hoyo, que está semi tiesa. Sentarme en la banqueta y observar a la gente que camina hacia el zócalo.
Por fin son las diez. Tiro el café a la basura, la neta. Entro al museo y me quedo más o menos una hora. Mientras leía una historieta del Rius, suena mi teléfono. Era Hugo, ¿Qué pedo güey, a poco ya acabaste? No, me dice, es que ya me está dando pa abajo, ya mero me rajo, necesito ánimos, y yo que le digo No no no cabrón, usté sígale, donde andas, No que pues me faltan seis kilómetros, Ahistá, ya no es nada, acuérdate que los que nunca se rinden son los hombres imprescindibles, y Gracias amigo, ahí te veo en la meta, Si si, no se agüite, usté puede, cómo chingados no. Y así.
Salgo del museo y me voy pa la calle donde pasarán los corredores rumbo al zócalo. No manches, hay miles de personas rodeándola. Hay vallas pa que la gente no se ande cruzando. Por la calle, también miles de corredores recorren sus últimos cien metros para alcanzar la meta. Todos aplauden, que Vamos, ustedes pueden, eso es, y arriba México. Pasa uno en silla de ruedas y los gritos de la gente son ensordecedores, luego unos putitos con orejas de conejo y delantal rosa, y una señora que parece de las que venden tortillas, con sus trenzas hasta la cintura, gordita, morena y chaparra, corre y corre, y el hippie, y el empresario, y el morrito fresa, y los naquitos, todos con su número, con las playeras empapadas. Un güey hasta va cargando un santito. Pasan dos disfrazados de payasos. Y el Hugo no aparece. Le mando mensajito, Ánimo carnal, tienes que cruzar esa meta corriendo. Por fin ahí viene, y cruza la meta y lucho para que mi mirada se tope con la de él, y lo consigo, y me mira y se alegra y cuando se acerca le doy unas palmadas en el hombro, muy bien cuate, así se hace, y el Hugo ni hablar puede. Y creo que es la misma voz chillona en las bocinas que va diciendo felicidades a todos los corredores, que muy buen esfuerzo, que qué gran ejemplo, y escuchen al mariachi, y que viva la vida, y que viva éste estilo de vida. Cuando Hugo recupera el aliento me dice que no manches, vámonos porque me van a dar los calambres. Nos subimos (aunque en realidad bajamos) al metro. Calor. Transbordar trenes. Subir a la calle. Caminar hasta mi carro. ¿Ya ves güey? Me dice el Hugo, Ahí está tu coche, no le pasó nada.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

me encanta leerte, todo me lo imagino... y termino con una sonrisa menos con la de los autobuses.... pensare en una propuesta.

Anónimo dijo...

Mi estimado Moncho, ya se extrañaban tus crónicas.

Espero y tus actividades te dejen un espacio libre para podert seguir leyendote.


Saludos desde Monterrey

Anónimo dijo...

Ha sido un verdadero deleite leer la crónica de aquel domingo que por acompañar a Hugo al maratón faltaste al ensayo de teatro. "¡Ah que Moncho tan ingrato!" pensé. A Nora le falló su escena pues Fernando no estaba... la compañía lamentó tu ausencia... pero este relato lo gocé, me imaginé cada situación y ahora pensé "¡ese Moncho de verdad sabe ser cuate! Haber acompañado a su mai, darle ánimos y echarle porras fue un gran acto de amistad". ¡Chido!

Anónimo dijo...

Me encanto leer esto...bienvenido a mi mundo de todos los santos dias en el De efe jajaja...Ame lo de tu dona sin hoyo!!! xD...me agrada bastante esto de leer tus cronicas...Ya prometo entrar mas seguido al Cataviento...Te imagine vagando sin rumbo por la caotica Cd...me lo imagino todo siempre que leo lo que escribes...se me hace poca madre :D

elorugo dijo...

Ja ja ja no habia leido la version "uncensored" de tu relato amigo y creeme que está genial, gracias por acompañarme ese dia y espero que este año te animes a correr una de 10 kms conmigo, para que el relato sea desde la carrera misma y no solo por los alrededores.
Saludos hermano
Hugo (el que corrió)