jueves, enero 03, 2008

De cómo Paul Auster ahuyentó al reggaetón asesino


Estoy en un cuarto de hotel. La vista da a un podrido patio donde se ven botes de pintura, tanques de gas, pedazos de malla ciclónica y demás trebejos. Si la habitación se encontrara del otro lado del hotel, la vista sería totalmente distinta: palmeras exuberantes, el mar pacífico quieto y cálido reflejando el mensaje del sol a todas las pupilas de la costa; cabecitas de seres humanos que flotan en el agua, juegan con las olas, se llenan de arena los calzones.
Siento que estoy condenado a ser el anti-héroe de todas mis historias. Por eso estoy viendo el jodido patio y no la piscina. Por eso estoy escribiendo y no ando trepado en el parachute, y mucho menos en la banana, o poniéndome repedo en la playa como suelen hacer algunos turistas gabachos, o los descolgados chilanguitos con sus hieleras de unicel compradas en algún oxxo.
Es bueno sentarse a escribir mientras el mundo gira. Pero para escribir, antes tuve que bajar a la alberca, bien tempranito, cuando no había nadie que la llenara de babas. Nadé y nadé para percatarme de tres cosas: fui el único desquiciado que a las siete y media de la madrugada se avienta un clavado al agua helada; mi condición física es deplorable y; de todas formas había babas, acopio indefectible del día anterior.
Conforme las horas pasaron y el sol fue desperezándose, salieron de su madriguera los demás inquilinos. Primero los viejitos y uno que otro cincuentón, luego familias con niños chiquitos, y finalmente los adolescentes. ¡A que juventud tan güevona, me cae! Desfilaron pieles de todos los tipos: bien formados cuerpecitos de jóvenes mexicanas, rozagantes, morenazas, bien sanotas. ¡Qué decir de las gringuitas, y alguna que otra argentina!
No faltaron en la colección las clásicas mujeres gordas que con ciertos trajes de baño parecen tener tres pares de senos en lugar de uno.
Por ahí aparecieron mis padres. Mi hermana llevaba rato echada en una tumbona. Cuando llegó mi hermano fuimos a almorzar y después nos tiramos todos en sendos camastros. Tramitamos con un mesero de nombre Jesús una cubetita de cervezas bien frías. Por suerte, era el momento del dos por uno, así que nuestra sed quedó bien saciada.
Leí buen rato un libro de Paul Auster. Tardé en terminarlo porque había muchas interrupciones. Algún genio consideró apropiado ambientar el espacio de la piscina con música punchis punchis a todo volumen. Un morrito de atrás se puso su discman y comenzó a gritar la canción que estaba escuchando. Rato después, un tipo agarró un micrófono (asumo que fue el mismo candidato-a-nobel que puso la música) e invitó a todos los presentes a que se metieran a la alberca, porque iban a empezar los “acuaeróbics”.
Tuve ganas tremendas de levantarme y preguntarle por qué no paraba todo su desmadrito, que uno venía a la playa justo para escaparse del escándalo de las ciudades. Pero lo que Auster me decía era muy interesante, y no quise dejarlo.
El libro habla sobre un escritor de novelas policíacas que se ve inmiscuido en un asunto de lo más extraño, donde lo confunden con un investigador privado, y tiene que evitar un asesinato. La maestría de Auster me llevó a disertaciones sobre el origen del lenguaje, el papel de un narrador para confundirse con la obra y hacer que el lector se olvide de quién fue la persona que escribió todo eso. Fíjese, amado lector, lo grandioso que es Paul Auster, que logró atraparme a pesar de tener detrás de mi un puto reggeaton reventando con sus bocinas mis tímpanos.
Acabé la novela y lo primero que hice fue salir corriendo a escribir estas líneas, a olvidarme del mundo exterior, de mi yo de carne y hueso para existir entre las letras y los signos de puntuación. Estoy en un cuarto de hotel, luchando por ser el anti-héroe de historias que no existen, con un podrido patio de un lado y el infinito océano del otro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay!!! Fue el primer libro que lei de El!! y tu me lo recomendaste!!!
Gracias!!!
A que mola??.. como todas tus recomendaciones!!!