sábado, septiembre 22, 2007
Mañana aun oscura
Despertar en la mañana aun oscura. Una voz del otro lado del silencio que te pide callar, te pide no acudir al encuentro de nada. Esa voz se pierde al colgar el auricular. Quedarse solo con el resollar de las tripas hirvientes. Mirar por la ventana el clarear del cielo. Triste y con ganas de nada comienza el día y no hay mucho que se pueda hacer.
La ciudad no espera a nadie. No cuenta cuantos van por sus calles haciéndose los que están vivos. No existe una estadística de los “buenos días”, los “qué hay de nuevo”. Vivir es ir callando. No siempre. Al menos hoy.
Pisar el césped, brincar el charco, tragar saliva y pensar que aunque hoy todo perdió su sentido, no es cortés con el aire frío el simplemente no hacer, el refugiarse con los ensueños de un pasado más confortable.
Llegar al trabajo y sonreír, con sinceridad pero ciertamente en automático. Nadie es culpable de los despojos que existen tras los muros de la piel. Andar los pasillos, estrechar las manos de los jóvenes y los adultos y demás fantasmas.
Repetir ante un público aquello que la mente retiene. Dejar pasar el tiempo para luego ir a buscarlo. Desandar los pasillos, liberar la vejiga de los miados y los miedos. Todo rodeado de bruma, de una irrealidad desconcertante.
El aire es menos frío que hace unas horas. Calienta un poquito, pero sólo aquello que se nota a simple vista. A media mañana el sol es como una rubia estúpida, quema la piel pero congela el alma. Al menos aquí, en esta ciudad, en medio de sus paredes y sus jardines con flores congeladas, con todo y sus cafés medio vacíos y sus perros destripados a mitad de la avenida.
Una punzada en mitad del tórax. Dolor que vuelve ardua la tarea de llevarse a la nariz un bocado de oxígeno. Dolor que antepone a todo aquélla voz de la mañana, detrás del teléfono, que pedía un silencio. Voz que se mezcla con todos los sonidos, que al rebotar en el córtex cerebral se vuelve ruido.
Ir de regreso a casa con una mochila al hombro, esa punzada, ese recorrer las membranas del mundo con tiento, procurando no romperla, ni dañarla, ni alejarla a soplidos de inconsciencia. Esa mochila que tiene el peso de todos los años y de todos los días, llena de papeles y de lápices. Esa mochila que carga un fragmento de historia, un fragmento tan pequeño como el más remoto punto del universo; tan inmenso como la punzada, el aroma del vacío, la saciedad de lo inasible.
Volver a una casa callada, al rechinar de la bisagra, a la duela que se hincha de calor y pesadumbre. Encender la computadora y escribir “Despertar en la mañana aun oscura”. Darle sentido a lo que no lo tiene. Alimentar la hoguera. Repasar un día tan gris como lo son a veces los anhelos.
Volver a salir, por la tarde, a la lluvia, a ocupar una silla vacía y beber café. Continuar con lo antes escrito. Notar que el tiempo sigue su escurrir y no hay forma de pararlo. Es mentira que una fotografía capture el momento. Nada lo captura. Es inevitable su fuga. Se va junto con el aroma del café y el jazz que se fue de las bocinas. Se van los momentos como la oscuridad de la mañana, la que viene cada día sin ser la misma, siendo otra, parecida pero diferente, como el agua que nos empapó, la sed, el beso que sólo se da una vez. Morir será el olvidar remordimientos, sacudirse las nostalgias, el dejar de añorar que por fin termine el día, venga el sueño y nos conduzca hacia otros reinos.
Se acaba el café, la pila de la computadora, la luz de la jornada. La voz de la mañana suena ahora más fuerte precisamente por estar ausente. Se van los amigos, el agua del retrete, la lluvia y los aciagos agüeros. Hay que seguir la voz de la conciencia, hasta el final, hasta que el dormir nos cargue. Soñar que habrá mañanas más claras.
- Fotografía por Pablo Bravo -
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2 comentarios:
Camarada...colega... cuate... te abrazo...
Lo lei tres veces, lo lei, lo senti, lo imagine, lo revivi... me encanto!!! Porfavor, multiplicalos!!!
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