Desde el año pasado traíamos la loca idea de hacer alguna remodelación en la casa. Todo comenzó con ideas sencillas: pintar un poco por aquí, cambiar este mueble de lugar, tirar todas esas porquerías que están en la alacena… -¡¿Qué?!- Increpó mi madre, -¡¿Tirar todas mis cosas que están en la alacena?! ¡Entonces también vamos a tirar todos tus libros que tienes allá amontonados en el baño del cuarto de servicio! -¡Momento!- dije, -Mis libros si que son útiles. -¡Cuál útiles ni que la fregada!- responde con ira mi madre, para luego añadir: -¡Esos libros ni los lees, nomás están ahí haciendo bulto. Yo me defiendo, y alego que ni modo que me ponga a leer todos a la vez, o que en cuanto termine de leer uno, lo tire a la basura. Mi hermana entró a la discusión sugiriendo que cada quien hiciera un esfuerzo y se deshiciera de todo aquello que no utilizara. Mal hizo en meterse. Mi madre y yo nos unimos y a coro le gritamos que si estaba muy dispuesta a opinar, pues que entonces se deshiciera de toda la fauna de peluche que está sobre su cama, esa que su novio tiene a muy mal ir incrementando en número y espacio. -¡Ah no!, se defiende la hermana; ¡Esos me los regaló mi gordito!
La discusión también alcanzó a mi hermano, a quien todo mundo le recriminó su colección de discos de software pirata que tiene regados por todo el estudio. Mas los calcetines que fungen como inútil guardapolvo debajo de su cama. Y qué decir de sus sandalias, esas que nunca se pone, que las deja a media recámara, y que en la noche, cuando a oscuras me paro a orinar, y que las piso, y que me hacen perder el equilibrio y casi romperme la jeta, que se rebautizan como las “¡pinches chanclas!”. Pero mi hermano también se defiende, y me acusa de tener revistas por todas partes, y a mi madre por su colección de papeles de la iglesia, y a mi hermana por “acalzonarse” los DVD’s en su cuarto.
Luego a mi padre se le ocurre intervenir, y decir que todos tenemos la casa hecha un “maldito mugrero”. Entonces se arma la coalición, y nos vamos duro contra él, -¿Y qué nos dices de tus cajas de libros que están debajo del escritorio? ¿Eh? ¡Ni las patas podemos tener estiradas cuando nos sentamos ahí! Y le decimos que entonces habrá de vender su camionetota vieja que tiene ahí afuera y que nunca usa.
Total que se arma la campal de verbos e improperios. Llegaron las bravatas, las cuasimentadas, el hacerse todos los ofendidos, e inmediatamente después, los remordimientos, los “chale, si, te lo dije re feo”, los “yo cuando me he metido con tus cosas”, para concluir en el “¡Bueno ya, todo mundo pone de su parte!”
Y así se hizo. A lo largo de los años uno se va llenando de objetos sin ni siquiera darse cuenta. Se guardan por miles de razones: por no saber qué hacer con el objeto una vez que se tiene en la mano, o por pensar que tarde o temprano nos será útil, o sentir que la presencia del objeto sustituye la ausencia de alguien, o creer que las cosas son atajos a la memoria, pistas para no perderse en el olvido. Nos da pena tirar las cosas porque sentimos que tiramos algo de nosotros mismos. Como si las cosas en verdad sintieran el desprendimiento. Pareciera que los objetos son la constancia de nuestro divagar, flujo constante de nuestras historias. Los necesitamos, a los objetos. Ellos nos llevan ventaja porque de nada les servimos. Si no los encendemos, pateamos, sobamos, limpiamos, les viene igual. Nosotros creemos que están, mientras ellos ni cuenta se han dado.
Así que ahí tengo mi guitarra que no suena, y mi pluma que por sí misma no escribe ni media letra, y mi gran colección de discos que no se pueden tocar solitos. Tenemos teles y radios, camas, colchones, chamarras, panes duros, llantas viejas, pedazos de leña, polvo sobre una lavadora, botes vacíos, botes con algo dentro, un reloj en mi muñeca que es más viejo que yo. El hombre hace objetos que hacen al hombre. Nadamos entre objetos como si se tratase de los días y las horas.
Por eso, en mi familia hemos decidido sentarnos a observar nuestros objetos, a pensar por qué demonios ese horrible trofeo lleva años sobre la cómoda, del porqué nadie quiere que esas fotos en las que mis hermanos y yo éramos niños se muden a otra parte. Los objetos nos ayudan a pensar en un mundo primitivo en el cuál no hacían falta los objetos para que alguien se pusiera a pensar.
8 comentarios:
Me parece objetable... y para ser objetivo, el objeto como objeto de este post no es sino un símbolo cuyo objetivo es en sí subjetivo: los tiliches como vehículos del significado de la (mi/tu/su/nuestra) vida...
¡Wey!... ¡eso pasa cuando nos tienes a dieta por más de un mes y nos recetas tres de un madrazo!... o como dice la mayor parte de la gente, bienvenido de vuelta, ya se te extrañaba...
Hay un libro de cuentos que me encanta de A.M. Homes, especialmente por el título y creo que de alguna manera muestra todo esto que tú dices: "The safety of objects".
That's what they are, our safety.
un beso desde hillo.
Hay un libro de cuentos que me encanta de A.M. Homes, especialmente por el título y creo que de alguna manera muestra todo esto que tú dices: "The safety of objects".
That's what they are, our safety.
un beso desde hillo.
Mmmmmta!!! Hasta que escribes!!! .... que bien!!! otra vez aqui!!!
Me pego un poquito, sabes?? Por todos los objetos a que tuve que renunciar para estar aqui, y por el proceso de seleccion, ya el ultimo dia en las maletas... fui imposible hacerlas.... me las hizo Damaris!!! yo contaba cada historia de cada cosa que se metia en la maleta o las razones por las que talvez dejaria aquello...
En fin....!!! Hay que saber no aprehenderse, si realmetne se quiere seguir.... finalmente, lo importante siempre lo llevas contigo y no pesa ni un gramo!!! Y lo que importa y que renuncias, pesa mas de lo que se imagina y duele!!.
Cuanto dicen de nosotros nuestros objetos, no? Que chistoso!! Y como simpre lo relatas y me imagino a todos los Santillana.... genial!!
saludos!!!
En este sábado a punto d iniciar vacaciones y mientras me esperan un montón de papeles de procedencias distintas y desconocidas aún por arreglar me da gusto saber que todos tenemos algo siempre que elegir de lo que forma nuestra cotidianeidad.
Saludos
Es la primera vez que te escribo a pesar de que a veces te leo, fíjate que yo soy lo opuesto, procuro no guardar las cosas tanto tiempo, porque desde pequeño me ha obsesionado un poco el orden, aunque eso no quiera decir que el guardar los objetos demasiado tiempo sea sinónimo de desorden, lo que si te recomendaría en tu casa es como vos decís, cambiar de lugar esas fotos de cuando eras un chavalito! jajajaja. es increible las cosas que uno descubre cuando se pone a ordenar la casa, objetos que uno ya los daba por perdido y cuando los descubres te llegan a traer buenos recuerdos.
Saludos
Juan
si tu vois ce mesage (if you see this message, please write to us), écris nous... On a une uper nouvelle
monshito, ya le estan saliendo telañas a este blog.... còmo estàs??? ya escribe ok??? incluidas las colaboraciones de x7
saludos
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